sábado, 25 de diciembre de 2010

"The family stone"

Amo Navidad.

La amo armando el árbol, con sus luces, con los colores, con los olores que se mezclan por la casa. La amo con la familia, las risas, los videos, las fotos, las reparticiones. La amo acá y en Chuchunco city, sea dónde sea siempre es linda la Navidad, por lo menos para mi.

Creo que sin dudarlo es la mejor celebración. Más allá de Jesús o no, del pesebre o el Buda, de regalos sin o con Viejo Pascuero, o sin regalos. Navidad es la fecha donde nunca habían peleas, donde reíamos toda la noche, con animadores, juegos, amigos secretos. No importaba si en ese año faltaba plata, o habían bajas, o se sumaba gente.

Para algunos puede sonar naïf, para otros tonto o hasta arcaico, pero algún día sueño con tener una casa llena de personas para Navidad. Con niños corriendo, con delantales manchados dando vueltas, con galletas pintadas sobre la mesa, con adornos por todas partes. La quiero con gritos, con desorden, con guatas hinchadas y vasos vacíos.

Amo Navidad.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Moraleja en caso de bomba

Es de parte del Gabinete del Ministro, me dijo. Yo, como si nada, revise mi cuaderno y le volví a dar el número de tu celular. Luego, te llame para avisarte que te estaba tratando de ubicar una señorita, que por qué no contestabas tu celular y yo, sin saber nada no pregunté. Simplemente te di la información necesaria y tu me dijiste que la llamabas al toque.

Al rato me llamaste tu. Preguntaste si todos estábamos en casa, que quién estaba con el celular y que tenías que hablar conmigo con calma. Me avisaste que había explotado una bomba en la Embajada, que tu y todos estaban bien, que aunque tu estabas a treinta metros de la explosión no te había pasado nada –pero claro, me omitiste que el funcionario que abrió el paquete tenía problemas con sus manos-. A continuación, me pediste que por favor te contará chistes y por más que sé sólo uno o dos máximo –y son pésimos- te los conté. Te los conté y aunque fueran malos te reíste, te reíste y me dijiste que muchas gracias.

Cuando te corté di la noticia en casa. La Lala, como siempre, entro en esos shocks extraños donde decía que tenía que llamar a Chile, que habían migas que sabían que ella estaba acá, que tenía que avisarles. Y la mamá, empezó con esos bronces –bronces para mí, claro- donde dices cosas como: vi hoy la cama toda desordenada y pensé: Oh , si ella se muriera o ella se podría morir... algo así.

No entiendo mucho la verdad. Por más que leo noticias y me trato de explicar el cómo y el por qué explota una bomba en una Embajada como la de Chile, que mucho brillo no tiene, no paro de pensar que estas cosas sólo suceden en Europa.

Moraleja: Aprender chistes en caso de bomba.

martes, 21 de diciembre de 2010

Clan

Mi familia no habla de plata. En mi familia uno no puede preguntar cuánto gana quién, cuánto salió tal, de qué monto es la herencia que le dejo mi Tata a mi Lala –ya que nadie entiende sus múltiples y eternas quejas-.

Nosotros no podíamos poner los codos sobre las mesa ni las manos bajo de ella. no mezclábamos la ensalada con el plato de fondo ni con la sopa de entrada -generalmente este exceso de reglas se aplicaba en la casa de mis abuelos-. Pero en mi casa, si no salíamos a la hora en la mañana para ir al colegio nos dejaban. A mi nunca me dejaron, siempre estaba a la hora, pero mi hermano tuvo que correr más de una vez para alcanzar el jeep.

Nos criamos en un mundo lleno de reglas acompañadas de una seudo libertad más bien conservadora. Con una casa de hippies, con dos miembros estables y uno intermitente, con una perrita negra rastosa que acompañaba siempre al que necesitara.

Casi todos somos mocheros, como que la pelea y el defenderse de todo fue algo que se nos quedo impregnado quién sabe por qué. Nos cuesta confiar, nos cuesta creer y en la parada defensiva que vivimos echamos muchos para atrás.

Claramente no somos la mejor familia, pero es lo que hay. Y lo que hay igual me gusta.

domingo, 19 de diciembre de 2010

De a dos

Perdimos a un miembro en el umbral del edificio y el resto de la brigada –mi hermano y yo- seguimos camino. Caminamos a la estación, fuimos a la máquina de tickets, compré sólo uno –pues claro, el interrail me servía a mi- y nos fuimos al tren. Cuando ya estábamos felizmente acomodados en el vagón miro mi boletito verde y veo que venció ayer.

Es que no, es que me tengo que bajar, es que esto no puede ser... y mi hermano corrió detrás mío. Ya se acabo, pensaba mientras caminábamos pensado qué hacer. Se acabaron los trenes, se acabaron los viajes, se acabo. En eso, Diedrich para a alguien de gorrito azul y le explica la situación. Súbanse, nos dijo, arriba lo compran.

Ya no me gusta pagar. No me gusta pagar, no me gusta no tener un ticket que me sirva para irme a cualquier lado cuando se me de la gana. Siento que me voy quedando atrapada y no me gusta. No me gusta que mi espacio se vaya achicando y que la libertad se me cuele como arena por las manos.

Pagué el ticket, con el dolor de mi alma lo pagué. Lo peor fue que después, durante las casi tres horas de viaje a Nápoles, nadie paso controlando! O sea, podría no haber comprado nada e irme paqueada todo el viaje pero sin gastos!

Es distinto viajar con alguien, recorrer lugares con otro. Ya no voy a mi bola, ya no decido, hay que dejar que el que no ha visto se vaya. Por ende, corrimos Pompeya. Que hay que ver la cancha, y después al teatro –chico y grande-, que ahora la casa del Fauno, que por último la Casa de los Misterios. Yo no soy de patas cortas, pero es imposible competir con las piernas de alguien que mide casi dos metros de altura. Pero aún así seguí y asumí que la bola no siempre la lleva uno.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Arrivo

Cuando llegaron corrí por sobre todo el “jardín infantil” que venía saliendo y me instale ansiosa en la puerta principal a esperarlas. Te vi salir y llorabas, la pintura iba enegreciendo tus ojos y las muecas se instalaban en tu cara. Las lágrimas corrían por tus mejillas pero tu no llorabas por mi, llorabas por ella -ella que caminaba a tu lado arrastrando los pies, que me miraba sin decirme nada, mientras yo pensaba que era porque quizás ya no me reconocía más-. La veías y me hablabas pero yo no lograba entender qué me decías hasta que por fin te alcancé para abrazarte y entre sollozos me dijiste: no tiene la menor idea dónde estamos.

Cómo en tan sólo unos meses puedes haberte ido tanto, cómo en tan poco tiempo decidiste que ya no quieres tratar más.

Caminamos al auto y cuando por fin logré saludarte me confesaste que ya no recordabas las cosas, que tenías que hacer un esfuerzo para saber qué habías hecho el día anterior. Me explicaste que estabas confundida, que no entendías mucho lo que pasaba y que te parecía que todo había cambiado. Me hablabas con los ojos perdidos y cuando te apreté en mis brazos era como tener a una niña pequeña entre ellos. A una niña pequeña disfrazada con la ropa de su mamá.

Qué pasa si un día me olvidas a mi. Qué pasa si ya no son fechas, números o cosas sino mi nombre, mi cara, quién soy.

Mientras tomábamos once y todos nos dejaron a las dos solas te dije al oído que por favor no te murieras aún, que aguantaras un poco más, que no se te quitarán las ganas de vivir. Y tu... tu hiciste como si no me escucharas. Me respondías otras cosas, me hablabas de aquí y de allá y cuando llego el resto, hiciste como si nada había pasado, como si esto nunca sucedió. Luego, me mostraste el encendedor y me preguntaste si eso era para encender los cigarros. Te dije que sí y lo prendí yo.

No me pidas disculpas. Ni por el vaso, ni por el baño y mucho menos por envejecer. No me pidas disculpas que no hay por qué darlas.

martes, 14 de diciembre de 2010

Huellas

Soy como un alma en pena en los trenes, nadie viaja conmigo. Nadie termina mis recorridos, nadie va subiendo en la estaciones, sólo hay campo en el camino. Campo, nieve y uno que otro caballo con pinta de burro. Por lo pasillos sólo somos un inspector y yo.

Pese a todo sigo amando viajar, subir en un lado y bajar en otro, mirar por la ventana y nunca ver lo mismo. Pero mis pasos se están devolviendo sobre mis pisadas. Los mismos lugares, las mismas personas, nuevos y viejos recuerdos, todo va hacía atrás. Aunque me mueva siento que ya nada es para avanzar, la única tarea es ir cercándome camino hasta que me deje en sólo lugar. Aunque quiera verlos, siento que ese día será como si me cortaran las alas que no sabía que tenía hasta que llegue acá.

Las despedidas se han trasformado en algo tan habitual que ya las tengo controladas. O sea, unas más que otras. Lloro menos, respiro más y trago más fuerte. O, simplemente, de vez en cuando se me salen de control. Se nublan mis ojos y mi mano se vuelve un abanico desesperado mientras sólo quiero que eso pase pronto. Mientras me gustaría no tener que despedirme.

Los últimos trenes, el último barco. Ahora a confinarse por todo lo que queda en Italia. Ese es el precio por disfrutar con la familia, por tener una Navidad con todos, por mostrarles los lugares donde estuve, por contarles tantas cosas, por volver a verlos después de tanto tiempo. El precio es parar.

martes, 7 de diciembre de 2010

Recopilando

La percepción térmica ha cambiado. Antes con ocho grados no salía de casa y moría de frío, ahora con menos tres me pongo las botas, una buena parca abro la puerta y voy a la calle para realizar una vida normal. Camino por los pasajes, tomo el metros, trenes y la nieve no es un impedimento como antes pensaba. Parece que hago más vida en Europa en invierno que la que haría con un poco de lluvia en Chile.

Ya no me muevo por escapar o esconderme sino porque viajar se ha vuelto la droga más adictiva que he probado. Me siento imparable pero se acaba la choreza cuando una hora en el vagón se me vuelve interminable. Cuando mis pies están tan helados que no los siento, que me paro y siento que me voy a caer porque no existen. Mis pies ya están congelados, mis manos le siguen y la nariz ya tampoco la siento.

Cuando llegue a Holanda en marzo no había nieve, sólo lluvia. En ese tiempo nunca vi niebla que cubriera como un manto la ciudad y que el sol, se viera a lo lejos como su fuera un débil foco sujeto y sobrepuesto en un escenario.

Cuando todo empezó había tomado un bus desde Berlín a A`dam. Siempre salen más temprano y llegan más tarde de lo que te dicen, no te preocupes que al llegar ya habrán buses y trams para que tu tomes y si no, no demoraran mucho en empezar a pasar. Pero no, tenía que ser conmigo. Quizás por primera vez el bus llegaba dos horas antes de lo previsto.

Eran las cuatro de la mañana y yo me mojaba y me congelaba en Amstel Station. Yo y unos cuantos más que finalmente entramos bajo techo y nos sentamos, algunos en bancos y otros como yo en el suelo –sólo por no haberme avivado antes-. Espere y espere, recuerdo que leía “Canto para mi mismo” sin entender casi ninguna oración de la hoja, pero aún así seguía leyendo y lo hice hasta que empezó el movimiento y pude emprender camino a la casa de mi prima.


Arrastré una maleta de seguro casi tan pesada como yo –o por lo menos eso sentía-, más un bolso que colgaba de un hombro y una mochila que colgaba del otro. Obviamente, y como es bastante habitual, me perdí. Y no sé si por la hora o por haber dormido tan poco la noche anterior, esa madrugada era de sueño. Un camión con manos recogía un colchón que estaba tirada en la acera y lo ponía en su interior, las bicis –aunque pocas- estaban todo el rato apunto de atropellarme y yo no era capaz de encontrar el portón rojo.

...

El país de los tulipanes se ha puesto blanco, los parques con juegos parecen en total abandono y los edificios, me hacen recordar el sector desde donde esa vez salió mi bus desde Berlín. Ese, en donde tenían su propia especia de Torre EifFel.

No quiero que todo acabe ya que aún no tengo claro qué me quedaré luego de todo esto. Como que ya nada es lo mismo y aunque muchos digan que esto sólo eran mis vacaciones, fueron mucho más. Fueron mucho más.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Mente blanca

Observo hacía los lados buscando, esperando que alguien aparezca, que vibre mi celular en el bolsillo justo antes de entrar y correr. Pero por más que miro en el fondo sé que no pasará, esas cosas sólo existen en mi imaginación de niña. Las sorpresas ya no se dan y creo que yo también deje de darlas.

...

El frío se hace más fuerte y el blanco tiñe todo como si fuera un color. Las estaciones, los árboles, las casas. De vez en cuando se deja entrever uno que otro prado verde con nieve que lo cubre a medias. El otoño en el norte es peor que un agosto chileno, pero aún así tiene algo que me atrae. Sonrió como si nunca en la vida hubiera visto nevar.

Sonrió y la mente se va a blanco a ratos, cosa que muy seguido no pasa. Se va y vuelve pensando en que quizás tantas ganas de volver a veces no tengo.


martes, 30 de noviembre de 2010

No hay espacio para los piojos

Siempre pensando que perderé el tren, el barco, el metro, todo. Esta vez saldrás con tiempo, me dije a mi misma. Pesqué la mochila, camine feliz y llegue a tiempo y sudada a la estación. Más que a tiempo la verdad, así que en la espera quemé uno que otro cigarro. Todo sea por...

Civitavecchia. Esta vez no caminaras, me dije. Ten paciencia, los minutos sobran así que esta vez espera el bus que te llevará al puerto en vez de luego, cuando estés caminando cansada, veas que pasa uno y luego otro a tu lado. Confía, hay otras personas esperando, el bus pasará y llegarás a tiempo. Además, te apuesto que la lluvia en cualquier momento para.

Taxi! Yo que pensaba ahorrar tomando el barco en vez de hacer las reservas para el tren, terminaré gastándome todo en tonteras. No me servirá de nada ahorrarme unos pesos –euros- en no tomar algo hacía la estación si después me los tengo que gastar porque el transfer que lleva a las personas a tomar el Cruise Roma ya no pasa más por esa estación.

Terminal Autostrade del Mare. Luego de que el taxista no quisiera parar donde le dije en todos los idiomas precarios que sé, luego de aún así haber logrado comprar un ticket para el mismo día, subía campante y segura por la escalera mecánica. No se preocupes, le decía a todos los que salían a mi encuentro, sé perfectamente donde voy. Llego al piso siete, doy vuelta a mano derecha y mi salita para dormir, esa que tiene la mitad de asientos rotas, esa donde hay carteles que dicen que uno no puede subir los pies a los asientos pero todas las personas que alcanzan duermen estirados sobre ellos, estaba cerrada.

Piso 10. Apolo. De sala en sala, de bar en bar viendo dónde sería posible dormir esa noche. La señora amorosa que trabaja donde tocan música en vivo, desde las once, me muestra las esquinas en el barco, en el suelo de él, donde posiblemente pueda dormir. Yo las veo, las analizo y me regreso a un sillón a ver una película sentada mientras medito qué haré.

Termino en esa habitación pintada de rojo –Spagna-, que tiene zona de fumadores y no, donde hay televisores en amabas alas y que posee fotos de camiones en las murallas como decoración. Ya hay dos durmiendo de maneras contorsionistas, así que yo al lado de ellos pasará piola, me dije.

Amarré la mochila a la mesa y comencé la difícil tarea de acomodarme, previendo de ante mano la torticolis con la cual despertaría al otro día. Y cuando por fin había encontrado una posición decente y cuando ya había logrado opacar en mis oídos el excesivo volumen de la televisión, llega él y me despierta. No quieres venir a dormir a mi pieza, me dijo como si fuera la mejor oferta que me han hecho en la vida. Eeeeeee, no. Pero, estas segura? -repetía mientras miraba a los otros y acompañaba su frase de bronce con una peor- ellos son hombres, pueden estar así, tu eres mujer. Pues no, le seguí diciendo –más de una vez claramente- estoy completamente a gusto acá. Gracias... y cerré los ojos para tratar de dormir mientras pensaba dramáticamente: en este mundo ya no hay espacio -ni respeto- para los piojos.


Barcelona

Estaba inerte en su asiento, no se movía nada más que para acomodar su postura en ese pequeño espacio. No sé cómo podía dormir tanto, pero ahí estaba ella. Subía y bajaba gente y no se enteraba de nada. De nada hasta que su murmullo se hizo incesante en su oreja. Para mi sorpresa levanto la cabeza, comenzó a mirar en búsqueda de su presa y lo vio a él, con lentes de sol en un espacio cerrado y con un celular en su oreja que ya debía estar caliente. Lo miro con su peor cara pero él ni se percato. Cómo alguien podía hablar tanto! Ella ya no podría descansar mucho más.

Francia y Aduana, lo mismo de siempre. Que te bajes, que subas, que vengas. Que estos papeles no son, que tu no puedes estar acá, que anda por tus maletas. Que subió una familia, todos los puestos comenzaron a rotar mientras alguien iba a buscar al menos uno, Omar. Terminamos casi puros hispanohablantes sentados atrás. Bajábamos juntos en las paradas, conversábamos de un sillón a otro y ella lo volvía a mirar, pero ya no con la misma cara de antes.

Miraba sus ojos ya sin lentes, trataba de descifrar las palabras que no entendía, mientras indagaba el qué de él le parecía interesante. "Hacen una buena pareja”, le escuche decir al chico rumano. Ella bajo sus ojos como si no hubiera escuchado, como si no le importara lo que en verdad acababa de oír, pero yo no estoy tan segura. Sé que se quedo pensando en eso hasta que su cabeza cayó sobre el hombro de su vecino y comenzó a soñar.

A la mañana siguiente lo miraba sin mirarlo, buscaba sus ojos para luego dejarlos, para simplemente saber si él la miraba también a ella o no. En la estación se quedaron los dos. Él espero a que vinieran por ella.

Se conocieron en un bus.

domingo, 28 de noviembre de 2010

"Próxima Estación Esperanza"

Llevaba semanas esperando el boleto. Haciendo el encargo, depositando la plata, mandando los datos. Me despertaba temprano sólo para esperar al cartero y el día que llego, ni siquiera fue capaz de avisarme. Cabrón. Por más que a mi me toco el timbre y fui yo quien le abrió, no pudo decir: hay carta. Simplemente dejo un ticket para que alguien pudiera hacer el retiro después en la sucursal más cercana.

Y todo vuelve a empezar. Los barcos, los trenes, las combinaciones, las esperas, hasta las ansias. La mochila deja de estar en el closet, la ropa que por fin había salido de la maleta a cajones –después de ocho meses- vuelve a ser (poco)cuidadosamente doblada y empaquetada.

Hay que programar los cursos que siempre pierden sus estructura, fijar los días que van variando, ver los lugares que mutan porque existen sitios a los que siempre quiero volver, por más que diga que ahí no llego.

El tiempo finalmente se fue volando. Todo paso tan rápido que recuerdo los momentos acumulados como años. No sé en qué instante o por qué decidí pescar mi mochila y empezar a viajar. No sé por qué lo seguí haciendo después de que me robaron la plata, después de que “perdieron” mi maleta. No sé por qué no desistí y asumí que lo más fácil y cómodo era quedarme fija en un solo lugar, así no tendría que volver a cambiar las maletas cada vez que alguien me pidiera, así podría descansar. Pero no.

No sé nada, sólo que todo empieza otra vez.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Cucina

Lentamente todo se va sintiendo abrigado. El vapor empaña los vidrios, los olores son únicos y a la vez se confunden, danzan sobre mi cabeza, se impregnan en mi delantal. Las esencias, las texturas, la harina que sacudo de mis manos y la gota que saco de mi frente con el trozo de polera que reposa en mi hombro. Corro a cerrar la puerta antes de invadir toda la casa.

La masa se pega, se rompe, se vuelve a pegar. El uslero la deja muy delgada, luego muy gruesa, hasta que todo comienza a calzar. El horno esta en su punto, meto y saco bandejas, lavo y seco mis manos mientras el azúcar moreno hace gorgoritos sobre lo negro. La servilleta se vuelve café, la mantequilla se derrite y no hay sonrisa que no se pueda robar.

Café abajo, dorado arriba, todo blando adentro.

No soy muy buena para asumir las cosas que hago bien, siempre se me hace más fácil ver todo lo que me falta, pero puta que cocino bien y que feliz me hace.

lunes, 22 de noviembre de 2010

La carrera

Los ponía a todos en una fila, uno al lado del otro. Sólo los separaba un pequeño espacio entre cada uno pero ahí estaban, todos frente a mi, en mi cabeza. Los miraba, pensaba un rato y luego corría hacia uno de ellos. Generalmente siempre me dirigía al mismo, pero en algún momento cambio. Hoy fue distinto. Los puse casi como siempre, en esquinas cercanas a las cuales pudiera correr. Los vi, pensé un rato y luego me di vuelta y empecé a correr yo, sin parar, sin detenerme, lo más rápido que pude.

Ya no tengo olores en mi nariz ni en mis recuerdos, no sé por qué. Ya no veo manos grandes, gruesas y ásperas acariciándome la cara mientras trato de hacer la meditación de yoga. Ya no sueño con una cara que recuerde, ya no despierto con momentos que añoro o que deseo que sean realidad, ya no me desespero cuando por la mañana se difumina todo. No se difumina nada.

Hoy, pareciera ser, que sólo soy yo y mis circunstancias -como decía José Ortega y Gasset-. Aunque aún no tengo muy claro cuántas y cuáles son estas últimas.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Papallona

A veces me despierto confundida. No sé muy bien dónde estoy, no sé muy bien qué estoy haciendo y no logro entender cómo este tiempo ha pasado tan rápido. Me pregunto el cómo será el próximo año y no soy capaz de visualizarlo. No me veo ni en Chile ni acá, ni estudiando ni no, ni feliz ni triste. Simplemente, no me veo.


Hace un tiempo no había forma que aprendiera esta palabra, trataba y trataba pero no tenía sentido para quedarse impregnada en mi cabeza. Hoy, ya no la puedo olvidar, me la encuentro incesantemente todos los días, la veo, la escucho, la siento y me siento como ella. Papillona. No puedo parar de moverme, me cuesta estar quieta en un lugar sin meditar en todo lo otro que podría estar haciendo y termino viendo a la inmovilidad como algo que podría ser peligroso. Me doy tiempos de parar pero en un instante algo que me dice que es mejor seguir.


Ya son más de ocho meses los que llevo dando vueltas y sé que debo haber aprendido cosas, pero aún no noto claramente cuáles son o qué frutos darán después. La verdad es que no sé si gane o perdí más.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Cerros

Les aparta el velo a sus hijas y a su mujer para darles un beso en la frente mientras se ajusta su sombrero negro, se pone su abrigo café y agarra uno de los paraguas que venden sus amigos. Su esposa lo mira con ternura, no puede creer el buen hombre que le cayó del cielo. Una vez más él saldrá a vender castañas en la calle para llevar el pan a casa, que orgullo siente ella por él.

Él se saca la chaqueta y se tira en su sillón a comer, de la caja, las sobras de la comida china que compró la noche anterior. Empieza a hacer zapping por todos los canales de la tele pero no encuentra nada que lo convenza para ver. Así que se para, se va a su baño y decide entrar a la ducha. Tiene planeado salir.

Se dirige al paradero y espera paciente a que pase el bus 81. Cuando se sube, lo único que piensa es en no encontrarse con nadie conocido y si eso sucede, implora que no lo reconozcan. Se ve nervioso, le sudan las manos y se las frota una contra la otra incansablemente. Las pocas veces que ha tomado ese bus con esa dirección siempre le pasa lo mismo, el corazón no le para de latir a mil. Y cuando ya se acerca a la parada todo va empeorando, toca el timbre temblando y baja cerca del Teatro di Marcello. Se arregla el cuello de su abrigo mientras respira hondo y profundo.

Él se mira sus abdominales en el espejo mientras se esparce aceite por el cuerpo y se retoca un poco con Prada Milano, su más reciente adquisición. Ya con sus jeans ajustados y cajetilla en mano camina hacía el paradero a esperar el Transantiago que le sirve, la ex 226. Se sube y recuerda viejos tiempos: las micros amarillas, el olor a tubo de escape y esos boletos de papel que uno compraba cada vez al subir. Hoy todo ha cambiado, incluso él.

Da unas vueltas nervioso por los alrededores. Sube al Campidoglio, baja por las escaleras que lo acercan a la Piazza Venezzia y antes de cruzar en el semáforo mira a su derecha y ve de fondo el Colisseo. Él nunca pensó que estaría ahí, que vería eso, que su vida cambiaría tanto. Él nunca imagino que algún día en vez de dirigirse a casa con su mujer iría hacia allá.

Él se baja cerca de Merced con Purísima y comienza a observar. Camina lento y seguro por el Parque Forestal. A veces tiene sus manos en los bolsillos y otras, saca un cigarro y lo fuma como si fuera un espía, un famoso o como si estuviera en un salón vestido de frac. Todo esta fríamente calculado, esta es su rutina de siempre y con los años cada vez la ha perfeccionado más. Pero esta vez no le dará resultado, aún es muy temprano así que toma la calle del fondo a la izquierda y comienza a caminar.

Monte Caprino. No es su primera vez ahí pero tampoco ha ido tantas. Recién esta conociendo a los que van por lo que se acerca lento a saludarnos y se queda quieto y en silencio en un círculo. Mientras, todos los otros hablan sin parar de la oficina, de las ventas, de los hijos y algunos hasta osan nombrar a sus mujeres. Para él esto aún no es común, aún siente culpa cada vez que va. Y en eso, absorto en sus pensamientos, lo empieza a mirar un viejo canoso con lentes gruesos. Se acerca a hablarle, le sonríe, lo invita a darse una vuelta y él tratando de secar sus manos lo sigue.

Cerro Santa Lucía. Él llega saludando a todos. Ya sabe el lugar, la hora y los días. Casi siempre los mismos salvo una que otra cara nueva. Casi todos están dispersos, las luz es tenue y le cuesta ver pero lo encuentra, es carne fresca. Se acerca con el pecho inflado y le ofrece un cigarro. Ambos comienza a conversar amenamente hasta que, pausadamente, se alejan del poco resto.

Se limpia la boca y se chupa los labios. Se esta agachando pero en un momento la imagen de su niñas se cruza por su cabeza y se espanta. Le hacen cariño en el pelo, le toman la cabeza suave y se la comienza a inclinar.

Él lo mira de una forma intrigante, desata su cinturón, con una mano desabrocha el botón de su jeans a la vez que con la otra baja su cierre y hace parecer como si la más fina gravedad hiciera caer todo. Se dan unos besos apasionados y luego... él se muerde el labio y cierra y abre los ojos de tanto en vez. Hoy hay luna esta llena.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Donde Rómulo y Remo

Algunas cosas útiles de saber...

Gelato

  • Giolitti: Esta heladería es lo más típico que puede haber, quien tenga una guía turística o algo sin duda la encontrara. Queda cerca de la Via del Corso. O sea, si uno esta en la Piazza Venezzia mira hacia la calle que esta al frente y camina por ella. Como a la altura de la tienda Zara si uno mira a la derecha empiezan la indicaciones a la heladería. Prepárense, siempre esta llena y hay que mover uno que otro codo entre la gente para poder ver los distintos sabores. Los helados son bastantes ricos la verdad pero el barquillo normal no me mata.
  • Il gelato di San Crispino: Estos helados son otro nivel!! Bastante más caro que los anteriores pero es una heladería estilo "El Emporio de la Rosa". La producción se ve completamente artesanal y los sabores varían desde jengibre con canela hasta manzana o pera, pero con real sabor a fruta! Son una delicia y tienes una que otra sucursal muy bien ubicada.


Pizza

  • Il Baffetto: Las pizzas son completamente increíbles! Eso sí, el lugar puede llegar a tener uno que otro pero: generalmente como es tan famoso hay que hacer fila -pero sinceramente, no es nada terrible de esperar-. Después, cuando por fin ha llegado el turno, a uno lo acomodan en una mesa con todo el resto de personas que puedan caber en ella. Personas solas, con pareja, extranjeras, italianas. Da lo mismo quién sea y cómo este, si hay un espacio en la mesa sin lugar a dudas será ocupado. Y finalmente, los garzones no son un amor de persona pero a mi me parecer igual es entendible. Primero que todo, para mi gusto los italianos tan amorosos no son -sin ofender- y segundo, si yo tuviera que correr llevando pizzas de un lado para el otro todo el día, mientras miro a la entrada y veo una fila inmensa pronosticando que el ritmo no bajara, probablemente estaría igual de estresada que ellos. Pero... las pizzas son una maravila!!!!
  • Il Ristorante Pizzeria Pomodorino: En este las pizzas también son bastante, bastante buena aunque no tan buena como las otras. Por lo cual, presentaré sus plus: los garzones atienden de maravilla, el restaurant esta al lado de la Villa Borghese así que uno, antes o después, puede disfrutar de un paseo por su especia de "bosque". También la Via Venetto queda a muy pocos minutos de ahí -la parada de bus es Veneto (Sardegna)- y caminar por ella es todo un placer.


Locomoción

Si uno se encuentra en la zona del centro histórico todo, absolutamente todo es caminable. Uno se podra demorar más, cansar un poco más, pero la ciudad se aprecia de una forma completamente distinta. Uno tiene tiempo. Tiempo de detenerse y observar, de mirar una calle por más rato, de entrar a un lugar a otro. Caminar es lo que da más libertad cuando uno quiere conocer una ciudad y lo común que todo el mundo quiere ver de Roma esta todo en el mismo sitio.


Pero si aún así alguien no desea caminar la locomoción es más económica que en muchos otros lugares, sólo cuesta un euro. Para tomar el metro -que es no es muy útil a mi parecer- es necesario pagar pero para tomar el bus confian en la sociedad. Uno tiene que ir a un kiosko, comprar un ticket y al subir marcarlo o... no marcarlo y atenerse a lo que pueda pasar.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Free tours

Hace meses que deje a medias esta entrada y hoy por fin me he dignado a terminarla...


Una de las formas más gratas, cómodas, útiles y económicas para conocer una ciudad es sin duda a través de los Free Tour de la empresa Sandeman's. Las guías son todos los días -así llueva, truene o relampaguee- y las ciudades se conocen a pie. El tour dura aproximadamente tres horas y uno puede optar por el hablado en español!!!!!!


Cuando uno anda solo o acompañado, con mucha plata o poca, esta es la opción. Como en el grupo todos hablan castellano uno siempre conocerá gente con la cual pueda comunicarse y la propina -que es con lo que ganan su sueldo las personas que hacen el tour-, yo generalmente si no andaba en la pobreza máxima dejaba cinco euros.


Las ciudades en las cuales, hasta ahora, yo he realizado los tours son: Amsterdam, Londres, Praga y Paris. También hay en Madrid, Bruselas -aún no pero dicen que sí-, Berlín, Münich, Hamburgo, Edimburgo, Tel Aviv, Jerusalén y Dublín.


Y hay algo curioso, no sé por qué pero casi siempre los que realizan los tours o están en Erasmus o hicieron uno y decidieron quedarse.


martes, 9 de noviembre de 2010

Truenos y Relámpagos

Hace unos días no sabía si esa vez me quería ir o no. No sabía si prefería la libertad de mi mochila o la celda de la cama. Menos sabía si preferiría noches en trenes sin saber muy bien a dónde iba o si elegía la seguridad de los sueños con imágenes que bailaban en las murallas.


Hace unos días me invadía la nostalgia por ya no tener un lado especifico en la cama, por sentirla a ratos tan gigante y fría. Me cuestionaba, a la vez, el qué tan buena seré sola y pensaba que la gente lo decía porque nunca me había visto lo linda que soy cuando estoy acompañada.


Hoy en Roma llueve como si fuera el fin del mundo y yo sólo observo, sintiendo que todo lo de hace algunos días se disuelve con el agua y yo me quedo en la nada. Estoy sentada en la silla, mirando por la ventana y pienso que me gustaría estar afuera, quisiera estar corriendo, saltando sobre pozas, empapándome de esa agua. Me gustaría perderme con alguien entre calles, reirnos en las esquinas de ellas, jugar a las escondidas en lugares desconocidos.


Quiero que la lluvia limpie y haga escurrir todo lo que se tiene que ir. Quiero sentir la ropa mojada, pegada contra el cuerpo, el agua chorreando por mi cara, cayendo gotas por mi pelo mientras las saboreo como siempre.


La lluvia es igual en todos lados. Estar bajo de ella es como estar en el mar, no importa dónde sea me siento en casa.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

La Xampanyeria

Las palabras se escaparon de mi. No sé por qué ni en qué momento pero pareciera que corrieron despavoridas de mi cabeza, las ahuyente. Quizás volaron en el humo del último barco, quizás al ser de acuarelas escurrieron con la primera lluvia, quizás y quizás.

Ni por más motos, calles, vientos, las encuentro. Ni por más lugares con licores burbujeantes, ni por ojos que se cruzan una y otra vez con los míos hasta que miro hacia arriba y me pierdo. Ni por más todo y nada las encuentro.

Pero qué bah, no? Si no se encuentran se inventan, se mezclan y algo no tan malo tendrá que salir. Pero no, no puedo. Ni por más La La Champañería, ni por más que se conozca por Can Paixano, ni porque sea casi igual que El Rápido en Santiago y este llena siempre de gente –sobre todo de turistas rubios-, con el suelo tapizado en servilletas, con piernas de jamón colgando por el techo, con las copas por todos lados, con el sonido a fritanga de lejos y mi brazo que escurre licor. No me sale...

Por más que leo sobre ella, por más que estuve ahí dos veces tomando, comiendo, mirando, es como si tuviera un tapón en mi cerebro. Nada más sale de ahí sólo lo básico gracias a google:


Can Paixano (La Xampanyeria)

Carrer de la Reina Cristina, 7

08003 Barcelona

miércoles, 20 de octubre de 2010

21 primaveras + 1 otoño

Cuando yo era chica miraba a los grandes. A los grandes de como diez y seis, dieciocho, y los veía pero tan, tan grandes en verdad. Me imaginaba las cosas que hacían, los temas que hablarían, lo maduros que actuarían. Yo hoy tengo veinte y dos y no me siento tanta cosa como yo pensaba que sería.

...

Me desperté más temprano de lo que tenía pronosticado. Recién llegue ayer después de casi veinte horas en barco, una y media en tren y alrededor de no sé cuántos minutos en taxi diciendo diestra y sinestra todo el rato –después de que, según yo, el turista me tratará como una turista más y pensará que yo no tenía la menor idea de dónde me dirigía-. Llegue con mi maleta echa pedazos: una rueda menos, un tajo más. Cinco países en casi siete meses, ocho casas en doscientos dieciséis días.

Me desperté temprano y fui a saludar esperando un grito victorioso, globos, trompetas, serpentinas y chayas. No, no, simplemente fui a saludar esperando algo así como un: Feliz Cumpleaños Mariancito. Pero parece que todo esto de ir y venir, llegar y partir, puede producir un shock tan grande que hasta un elefante olvidaría.

Dos horas después sonó el teléfono de casa. Lo siento Mariancito, decía la voz de mi tía al otro lado. Me traspapele y pensé que tu cumpleaños era el viernes, se me fue. Qué quieres hacer hoy, dónde te gustaría ir –mi hermano lindo dio la alerta del olvido-.

Finalmente, pasaron por casa a recogerme con una cajita de bombones. Fuimos a la Piazza del Popolo, yo por una cerveza y la Sol por una champaña en mi honor; luego nos dirigimos al cine a ver “Eat Pray Love”, en inglés con subtítulos en italiano –claro esta- y pesé a que no entendí mucho por lo menos no me dormí; y para terminar, comí Ravioles rellenos de pera con salsa de naranja.

No fue lo que esperaba. En verdad nada este año ha sido mucho como me esperaba pero de seguro, no habría podido tener un mejor cumpleaños que este estando acá. O quién sabe, quizás algún día sí.


Aún así este fue el primer cumpleaños fuera de casa...

martes, 19 de octubre de 2010

Cruise Roma

La primavera vez que tuve que cruzar el mar en Europa fue para atravesar el Canal de la Mancha e ir y venir de Inglaterra. Aún así, esta vez se siente como la primera, es distinto. Eso era un ferry-ferry, esto es un ferry-barco.


Anoche salí a las ocho de la noche de la casa de la Isa y ella me dejo en la puerta del metro: Vallcarca. Baje las maletas por las escaleras, ayudándome con mi rodillas, hasta que llegue al vagón. X estaciones después estaba la que yo necesitaba, Drassanes. Empuje mi cuerpo con la mochila a la espalda, la otra al pecho y los más de treinta kilos en mi mano. Me dirigí gustosa al ascensor, pero claro, justo esta vez no estaba funcionando.

Subí lentamente peldaño por peldaño, camine cuadra por cuadra, espere cada semáforo y en el camino, fui preguntando dónde estaba el puerto. Primer terminal a Baleares –no era el mio-, segundo terminal al resto. Ahí estaba Grimaldi Lines. Paso a las ventanillas para hacer mi check-in y era de esperarse, me había equivocado al comprar el pasaje. Hoy es dieciocho, me decían, usted tiene su pasaje para el veinte. Y no hay posibilidad de cambiarlo, le preguntaba, le prometo que lo compré hoy y no sé, quizás me equivoqué. Le sale lo mismo que comprarse otro...

Tuve que caminar un eterno pasillo ya que mi barco era el último. Me senté en las escaleras al final de él y espere, espere como si estar sentada me sirviera de algo. Pero no, volví a bajar todo una vez más escalón por escalón y cuando ya me acercaba al barco, llego un señor de chaqueta verde a ayudarme. La vi sentada allá arriba pero no sabía que venía para acá. No se preocupe con sus cosas, yo la ayudo con su maleta. Uy, que pesa... dígamelo a mí.

Samuel -proveniente de Honduras- me dejo ubicada en el espacio de los sin asientos, algo así como tercera clase. Me puso las maletas con las otras y me dijo que me sentara donde yo quisiera. Busqué un lugar en la mitad de la gran cabina –ya que mi cabeza esta acostumbrada a andar en buses y en ellos, ese el lugar perfecto por si choca allá menos daño- y me acomode. Después salí, me fume un cigarro y volví a dormir.

La noche no fue de las mejores. En el lugar eran casi puros hombres –salvo una chica sentada adelante mió y yo-, olía a pata, roncaba, se tiraban peos y algunos, hasta hablaban de noche. Yo por más que me acomodaba me dolía todo, debe ser que ya son muchos días sin una cama permanente, pero dio igual. A las diez de la mañana me despertaron los alto parlantes y decidí salir a caminar.

Me siento como en el Titanic. Me sonrió sola al pensar que estoy en un barco cruzando de España a Italia. Ando como huasa Carmela por los pasillos sacando fotos escondida de la gente –obvio que me da vergüenza-, saliendo cada vez que puedo al exterior a ver el mar, tomar sol y sentir la brisa salada.

Donde duermo es como si fuera un cine. Esta lleno de asientos, de butacas y hay una pequeña televisión al frente que transmite imágenes en italiano. Nos encontramos en el piso siete al nivel de recepción. Todo es más bien plano pero en un momento aparecen los avisos, las escaleras, los espejos y las luces. Uno va subiendo al mundo, voy viendo gente, escucho ruido, siento olores a distintas comidas. Nosotros dormimos como en un submundo.

Encuentro una sala con sillones rojos y decido ver películas ahí mientras escucho historias entrecortadas en mis oídos, las cuales se entremezclan con los diálogos que trato de leer. //Es camionero, va y viene, va y viene según lo que él dice. Hace algunos años un camión le mato a su hijo, que paradoja. La vida sobre cuatro ruedas, la vida cargando y descargando. Mi hijo bajo tierra y el hombre anda por ahí libre. Paso por la mañana y se dio a la fuga. Nadie vio nada, no hubo ningún testigo y recién lo pillaron a las seis de la tarde. No tenía seguro, iba con sobrepeso y ahí sigue, libre. “En España la justicia no es la justicia, es la injusticia. Todos están con los delincuentes”, le decían//

Empiezo a ir y a volver, conozco a Paco y a Sergio –parecía que todo el barco estaba lleno de camioneros-. Me cuentan sus vidas, les cuento la mía. Hablamos de la comida, de los barcos, de los trabajos, de la jubilación, todo mientras vamos quemando un cigarro tras el otro. Vamos a la azotea del barco a tomarnos un café y sigue todo igual, todo igual hasta que se acerca la hora en que los sacaran de sus piezas. Tienen que ir a ordenar.

Veinte y dos horas de viaje. Civitavecchia. Bus hasta la estación de trenes. Correr a un andén arrastrando la maleta, moverse a otro mientras se rompen las ruedas y todo lo demás. Y cuando ya pensaba que iba a perder el segundo tren por no podes mover tantos kilos él me ayudo, de Senegal era. Me senté que una australiana que había conocido, el se movió cerca y nos fuimos todos hablando. Primera vez que era yo quien tenía que traducir de lado a lado.

Termini. Arrastrar las maletas más de diez minutos hasta un taxi. Per il Quirinale per favore... Casa.

....


Creo que cruzar en barco de España a Italia es una de las mejores opciones que hay. El viaje dura 22 horas, el ticket cuesta 30 euros sin acomodación pero ya se sabe que en el piso de la recepción hay espacio para esa "tercera clase". Además, si uno va al final de las butacas puede encontrar algunas que no tienen el apoya brazos entre medio, por lo tanto, es posible estirarse y dormir seudo como la gente ahí. En verano habilitan una pichina arriba donde se encuentra el bar, en la noche hay música en vivo en el restaurant y si a uno no le gusta nada de eso, puede optar por el casino.


lunes, 18 de octubre de 2010

Odisea

Día a día volvían a adherir a la huelga y yo, claramente, ya me tenía que mover. Si no lo intentaba de Bruselas no salía. Me hicieron la mejor combinación que se pudo pero nadie me aseguraba que llegaría a destino, hasta, lo dudaban. Pero yo no.

Almorzamos juntas con la Bianca y a las 15:23 me fui a tomar el primero de todos mis trenes: Buselas-Gent.St Pieters. Gent St.Pieters-Lille Flandres; Lille Flandres-Amiens; Amiens... ahí me quede. Llegue a las 20:30 y ya no habían más trenes a ningún lado por ese día. La estación queda abierta de noche, pregunté. No, la cerramos en un rato.

La búsqueda de hostales resulto infructuosa, sólo aparecían hoteles a mi alrededor que costaban entre cincuenta a setenta euros la noche. Horror. No quedaba otra que devolverse a la estación y esperar que me echaran. Mi tren salía a las 5:20.

Escuche música, estiré los músculos y me vestí con lo que más pude -tres calcetines, unas patas largas, un pijama de invierno, unos jeans, un polerón, un polar, una chaqueta de cuero, una bufanda, un gorro- y como yo soy bastante escandalosa con la temperatura, aún así tenía frío.

Como a las 23:30 llegaron tres guardias a hablarme.
- Sólo inglés, dije.
- A dónde va, comenzó a decirme uno.
- A Bacelona la verdad, pero inicialmente tengo que llegar a Paris.
- Pero hoy ya no hay trenes, primero sale mañana a las 5.
- Lo sé.
- Y qué va a hacer?
- Pasaré la noche en la estación si puedo y si no, me quedaré ahí afuera hasta que me dejen entrar de nuevo. Le dije señalando la calle de al frente.

Espere. Comenzaron los llamados, los woki toki y las mil palabras que no entendía. Acompañenos, me dijeron, y camine tras ellos hasta que llegué al centro de operaciones de la seguridad. Puede dormir acá hasta que abran la estación, me ofreció el mismo de antes mientras me señalaba tres sillas que junte y se convirtieron en mi cama provisional.

A las 4:20 me despertaron para volver a los asientos de siempre y seguir esperando. Amiens-Paris Nord; Metro a Montparnasse; vuelta a Nord; otra vez Montparnasse; caminar algo más de una hora hasta Gare de Austerlitz. Decisión: llamar a los amigos y esperar el tren que salía a las 13:52 e ir a Toulouse.

Una señora se sentó a mi lado y me comenzó a hablar, cero idioma en común. Me hizo dibujos, me regalo un pan, una manzana, una barra de cereal con chocolate y nos juntamos con tres mujeres más francesas, sólo los ojos me comunicaban con ellas. Después nos reunimos todos atentos bajo la pantalla gigante que muestra los trenes y los andenes desde donde partirán. Se formaban más grupos en la espera, la gente trataba de adivinar desde dónde saldría el nuestro y unos con otros nos mirábamos esperando a ver quién se movería primero.

Dieron el aviso por los alto parlantes y todos empezamos a correr al 21. Al lado de la destinación aparecía que el tren estaba lleno, por lo cual, había que encontrar un puesto como fue pero... error. En mi rapidez por que no me pisaran ni me botaran en la estampida, me metí a un vagón de primera clase y de ahí no pude salir en el rato suficiente para quedarme sin asiento. Casi las 6 horas del viaje las recorrí sentada en la puerta de salida acompañada por otras personas y sus respectivas maletas. Esperando. Esperando a que se desocupara un lugar, a que nos pidieran los tickets que nadie nunca controlo, a que el tiempo pasará rápido. Del pasillo me moví a algo que alguna vez fue una cocina y vimos una película en mi computador con otros franceses "The Ghost Writer".

Llegue y después de unas vueltas ahí estaban, otra vez esperandome con sonrisas en la cara. Nos fuimos en el metro a casa conmigo en función vitrola, contando de ahora hacía atrás todo lo que había pasado desde la última vez que los vi. Comimos, ducha, cama y a la mañana siguiente recomenzó el circo.

Estación de Matabiau. Tren a Montpellier después de que me aseguraran que desde ahí a las 15:00 saldría algo a Barcelona, mentira. Mañana sale un bus hasta Figueras a las 7:27, después de eso toma el tren Español respondió el de informaciones a mis quejas. Montpellier-Narbonne; Narbonne Montpellier. Después ya no había nada para devolverse a Toulouse, no quedaba otra que quedarse. Nueva búsqueda de hoteles, hostales, un lugar sin precios por las nubes. Imposible.
Volví a la estación resignada. Me senté frente la pantalla gigante y mientras me decía que llorar no servía de nada, pensaba que por obra de magia aparecía algo para que me fuera de allá. Baje a la central de informaciones a preguntar si podía pasar la noche ahí peor la negativa fue rotunda. Por suerte para mi, siempre aparece alguien. Esa noche no estaba sola, otro señor sudafricano-inglés se encontraba en la misma situación y decidimos pasar las horas juntos. Caminamos con nuestros bolsos por las frías calles de Montpellier buscando un café, un lugar abierto que nos cobijara por la noche. Tratamos de abrir un cajero automático con mi tarjeta, entrar y capear el calor pero nada funciono.

A las 2 de la madrugada volvimos a la puerta de la estación, yo me encontraba decidida a tocarlas hasta que nos dejaran entrar pero claramente, mi plan no funciono. Nos quedamos ahí, sentados, apoyados en los vidrios, con los bolsos esparcidos. Pero... no estábamos solos, otras tres personas más esperaban un tren al igual que nosotros. Un señor español viejito, que había sido operado hace sólo unas semanas, y una pareja de gringos. Franceses inconscientes.

La noche fue larga y fría. El suelo congelaba, el viento no era de mucha ayuda y al final, los minutos se empezaron a arrastrar por el reloj. Pero por suerte, a las 5 en punto nos abrieron las puertas y pudimos sentarnos un rato, dormitar sobre las mochilas y sentir que la ida cada vez era más inminente.

Gringos y yo; Bus la esquina de a la izquierda, a la derecha y a la izquierda; parada en algún lugar; parada en Perpignan; Figueres! Esperar de nuevo, tren, Sants, metro línea 3, Penitents, caminar y por fin amiga y su casa.