miércoles, 28 de abril de 2010

Un día en un parque de Amsterdam

Si alguien le preguntará qué es lo que más le gusta de Europa creo que sin dudarlo ella respondería que son sus parques. Esos pequeños paraísos en la tierra donde nada pasa, donde todo esta bien... donde ella una vez dejo existir.

Las nubes bailaban sobre su cabeza. El cielo era tan azul que podía ver las estelas de todos los aviones que lo habían cruzado y el viento, susurraba y hablaba con los pájaros y los árboles inclusive en primavera. Una primavera que no era como la de su país pero en la cual, lentamente, todo comenzaba a florecer.

En Holanda las personas crean un mundo alrededor de los parques. Entrelazan historias, inventan filosofías, matan dogmas. Pasean a sus perros, juegan con sus niños, embaucan a las chicas Hacen más vida con ellos que con los suyos, más bien, hacen más vida con los suyos en los parques que fuera de ellos.

Para ella era diferente, los parques eran como su santuario: la cuidaban, la protegían, la envolvían. Cuando caminaba por sus pastos podía imaginar que estaba en el lugar que ella quisiese, que todo era posible... parecía que flotaba y bailaba al compás de las últimas hojas que se dejaban caer.

En esos pastos ella guardaba sus mejores recuerdos, de tiempos aquellos, de momentos que no deseaba olvidar. Como esa vez, hace algunos años, que se extraviaron en un parque de este país que tan poco conocían pero que tanto amaban.

Ella se había perdido toda la mañana por estrechas calles de pequeños ladrillos, disparando el flash a cada imagen que le llamara la atención, a cada vista que le produjera una sensación. Y fue tanta su fascinación por esa ciudad llena de pedales, que tuvo que volver a buscarlo para invitarlo a perderse con ella.

Las vueltas en círculos y la falta de un mapa los llevo hasta ahí: un reja negra, pero abierta; rodeada de verde por todas partes, atiborrada de personas entrando y saliendo. La curiosidad pudo más y se adentraron en ese mundo de las maravillas, donde el asfalto por más gris que era no opacaba los colores de su entorno.

A cada paso que daban sonreían, como si todo fuera un universo nuevo para ellos, como si un simple parque hubiera llenado sus vidas de felicidad. Escuchaban las voces de los niños, el sonido de las ruedas de los rollers al patinar, de las cadenas de las bicicletas al dar vueltas. Era como si todos sus sentidos recién comenzaran a existir en plenitud.

La emoción fue tal que decidieron no parar más de unos minutos por cada lugar, hasta que lo vieron a él. Era grande, imponente, ancho. Lo bañaba un color caramelo y el verde inundaba sus ramas. Era el árbol más lindo que hubiesen visto en la vida, pero pese a eso, a ella le dio la sensación que estaba triste, porque ya no miraba al cielo sino que se había desmayado sobre la tierra a sus pies y su raíces, sobresalían de ella como si él quisiera salir corriendo, como si quisiera liberarse de algo.

Pero aún así no lo dudaron ni un segundo y como dos niños pequeños comenzaron a subir. A escalar sus ramas, a palpar su corteza, a oler el aroma de sus curvas. A reírse arriba como si fuera el mejor juego que hubieran descubierto.

En un momento él se quedo en la copa, miro hacia el frente penetrando todo con su vista y lo abrazó. Sus no tan largos brazos comenzaron a tratar de abarcar todo su tronco y cuando por fin lo logro, sus ojos se perdieron de él y una expresión de melancolía invadió su cara. Como si supiera que esa iba a ser la última vez que estuvieran juntos ahí.

En ese minuto el tiempo dejo de existir, ella dejo de existir. Lo miró con ojos tapatíos y le preguntó qué le pasaba:

- Me encantan los árboles, respondió. Son como los papás.

- ¿Cómo los papás? ¿Los árboles? Le preguntó ella.

- Porque son como antiguos y te abrazan.

Mientras divagaba en su cabeza estructurada tratando de encontrarle una explicación a esa metáfora, él se dio media vuelta y lo volvió a abrazar antes de partir. Ella no pudo comprender muy bien la relación que él hacía, pero en el fondo sentía que estaba diciendo la verdad.

Respondería que los parques

Si alguien me preguntará qué es lo que más me gusta de Europa creo que sin dudarlo respondería que son sus parques. Esos pequeños paraísos en la tierra donde nada pasa, donde todo esta bien... donde dejo de existir.

Las nubes bailan por sobre mi cabeza. El cielo es tan azul que puedo ver la estela de todos los aviones que lo han cruzado y el viento, susurra y habla con los pájaras y los árboles hasta en la primavera. Una primavera que no es como la nuestra, pero en la cual ya todo comienza a florecer.

Los parques son como mi santuario: me protegen, me cuidan, me envuelven. Cuando camino por sus pastos puedo imaginar que estoy donde yo quiero, que todo es posible, que floto y bailo al compás de algunas hojas que aún veo caer.

La gente los cruza en bicicleta, pasea a sus perros por ellos, juega con

sus hijos agazapándose en las esquinas... en esos rincones que esconden risas, llantos, compromisos, quiebres. Los parques guardan los días y los cambios de una ciudad. Los parques guardan los secretos de todos sin importar qué.

En Chile no existe la “vida de parque” que tienen acá. Nosotros no esperamos los primeros días de sol para llegar en nuestras bicicletas, juntarnos con los amigos y disfrutar con una cerveza

la poca luz que esta volviendo...

Creo que los parques, y la relación que existe con ellos, es lo único que realmente envidio de Europa.

jueves, 22 de abril de 2010

Bizarro

Nunca había visto que los pasajeros hablaran y le dieran sugerencias al chofer del bus, menos aún, que éste último las tomara en cuenta y obedeciera.

Creo que me toco el bus más raro de todo el mundo. Fue el último que salió de la estación, exactamente el quinto con letra D - antes, por orden, se fue el S, la A, el M y el X-; para un viaje que duraba 12 horas no tenía baño, quién sabe cómo se les hecho a perder y le permitieron funcionar así; la reservación del ferry para salir de la isla de UK la habían hecho para la una de la mañana, no para la una de la tarde que fue a la hora que llegamos y para más remate; Eurolines se había equivocado y puso en nuestro bus a tres personas que iban con dirección a otro lado.

Después de dormir, para ver si cuando despertaba me iba a dar cuenta que todo esto era una pesadilla, abrí los ojos y mi vecino de puesto que por cara debe haber tenido unos 23 años, iba sentado al lado del chofer de copiloto. Cada cierto rato daba indicaciones por el micrófono y trataba de “solucionarle” el problema a los pasajeros que tenían que estar en cualquier otro lugar menos en ese.

En definitiva, todo fue cambiando. La señora de Hungría, que inicialmente daba ordenes, después alegaba por los equivocados y retaba a unas personas que se habían quedado más del tiempo estipulado en una parada. Los equivocados se bajaron, creo que en Bruselas, para tomar algo y dirigirse a su país y yo cuando llegue al destino final, dejé mi chaqueta de cuero tirada en el asiento dada las ganas que tenía de escapar de ese mundo paralelo lo más rápido posible.

Hoy por suerte, recupere mi chaqueta y lo otro no es más que un bizarro recuerdo.

miércoles, 21 de abril de 2010

Goodbye London

Los vi a través del vidrio mientras fumaban un cigarro al lado de la acera, esperando. Se abrazaban, se besaban tímidamente, todo sin sonreír. Él tenía pelo oscuro, largo y liso; barba, una chaqueta negra, jeans grises y unas zapatillas con destello verde. A ella se le estaba yendo la tintura del pelo, lo que dejaba entrever unas raíces colorinas. Su ceño estaba fruncido, su blazer también era negro y llevaba una bufanda blanca alrededor del cuello.

En un momento él la miro y de una forma pausada comenzó a subirle el cierre del blazer, a cerrar los pliegues de éste para tratar de abrigarla. Pero no parecía que ella tuviera frío, más bien parecía que iba a llorar.

En eso el conductor dijo “algo”, en un inglés muy peculiar, y después de varios minutos de retraso partió el bus desde Londres rumbo a Amterdam. Comencé a perderlos lentamente atrás de mi espalda, los buscaba por los vidrios pero al final, nunca supe si ella en verdad quería llorar.

domingo, 18 de abril de 2010

Some tips

Cuando uno viene a Londres casi todo el mundo recomienda lo mismo: anda al Madame Tussands, donde están las esculturas de cera; visita los museos que son gratis, y después de ver casi todos, creo que hay uno que otro que uno se puede evitar –como el London Museum, por ejemplo-; pasea por Nothing Hill, donde se grabo la película, donde viernes y sábado se pone el Portobello Market... que de mercado tiene todo menos los precios.

No puedo negar que una que otra recomendación ha sido realmente buena, pero acá tengo mis propios tips para venir a Londres:

  • Las distancias nunca son tan grandes como se muestran en los mapas, por lo cual, es preferible caminar antes que gastar 1.8 pounds en el metro o 1.2 pounds en el bus.
  • Los parques son imperdibles. Aunque uno piense que esta desperdiciando su día tirado sobre el pasto viendo correr las nubes por el cielo , no hay nada que se le compare. Menos con sol.
  • Si uno quiere comprar ropa y tiene paciencia para esperar filas eternas para simplemente probarse la prenda, tiene que ir a Primarck. Yo creo que ni en Chile encontraría buenos calzones por 1 libra. (804 pesos según Emol el día de hoy)
  • El mejor supermecardo, indiscutiblemente para mi, es “Poundland”. Como su nombre indica, vende millones de cosas sólo por un pound: remedios, leche, dulces, bebidas, papel confort. Si uno viene para quedarse en un hostal o arrendar algo, este lugar es la mejor opción para ahorrarse sus buenos pesos. Si no, la alternativa que le sigue es Sainsbury`s Market, luego Tesco y finalmente, en lo último, Marck and Spencer. (Aunque a veces hay muy buenas ofertas en ciertas cosas. Es un marca que tiene de todo, desde ropa, cremas y maquillaje hasta comida)
  • El Brick Lane Market es un mercado que se pone en la calle del mismo nombre los fines de semana. Esta cerca de la Liverpool Station y hay de todo. Chucherías, ropa y comida de todos los lados que uno se pueda imaginar. Las cosas para mi bolsillo igual siguen siendo caras, pero vale la pena ir a pasear. Es un seudo Forestal chileno pero más grande.
  • El Camden Town Market es similar al anterior. Hay millones de puestos por todos lados (incluyendo comida y ropa) y no esta de más ir, aunque sea, para ver y caminar.


Stromae - Alors on dance

sábado, 17 de abril de 2010

Random




























































viernes, 16 de abril de 2010

Jobs

Desde que llegue a Londres hace casi dos semanas, sin tener más que un living donde dormir, he trabajado dos veces. Esta es mi segunda vez.

La primera trabaje de 11 de la noche a 12 de la mañana del otro día. Primero en el guardarropía de un local llamado “The Camp”, nunca había cachado lo difícil que era hacer ese trabajo, y después en la boletería de un after en “Cosmobar”.

Acá todo es muy caro, a mi claramente la plata no me sobra, así que hoy decidí ir nuevamente al primer local donde había trabajado a hablar con el dueño (italiano) y decirle que necesitaba pega para este fin de semana antes de volver a Holanda la próxima, que me dijera en qué le podía servir o si necesitaba a alguien. Finalmente me devolví, una hora después de que había hablado con él, al bar... algo que nunca había hecho. Además, mi precario ingles lo hacía todo un poco más complicado. Tenía que adivinar que quería la gente y simplemente sonreír (las sonrisas, y explicar que uno no sabe muy bien el idioma, lo logran todo). Pero al final duro poco, sólo de 7 a 10... la cantidad de seres no ameritaba tener a una persona más parada atrás de la barra. Eran tres conmigo: Mónica, una chica australiana que se vino acá para poder tocar en fiestas y Bairon?, un chico de 19 años que trabaja mínimo seis días a la semana.

Acá en Londres el mundo no para ni deja parar. Todo es rápido, sin tiempo, sin gestos. Es difícil, pero a la vez puede llegar a ser muy divertido. Uno conoce gente, ve lugares, ve la realidad... esa que no muestran en los documentales, en las películas, en las postales de las ciudades. Esa que sólo en noches como esta, uno aprende a entender un poco mejor.

miércoles, 14 de abril de 2010

El obsequio

Hoy Londres por fin me regalo ese instante de felicidad que pensé que había sido ayer pero no, fue hoy e hizo que la sonrisa se me pegara en la cara por todo el rato que duro. Esta si fue verdadera alegría.

Me preparaba para comenzar mi regreso a casa de casi una hora caminando y ahí estaba frente a mi, como si fuera un espejismo en el norte. Häagen Dazs.

Me apresuré al local, entre sigilosamente, comencé a mirar los helados que tenían y lo vi: Macadamia Nut Brittle. No lo dude ni un segundo y pedí un vasito con el sabor sin ni siquiera importarme los 2.40 pounds que íba a tener que pagar por una mísera bola (como 1900 pesos chilenos).

Salí por la puerta reluciente, como si ese fuera el mejor día, como si ese fuera mi helado favorito y sólo tuviera la suerte de encontrarlo de vez en cuando y exclusivamente en Europa. Tome mis audífonos, puse play y comencé a caminar por una calle parecida al Paseo Ahumada, a Avenida Valparaíso y fui inmensamente feliz. Creo haber sido la única persona que sonreía en esa calle y no estaba preocupada de caminar más rápido, de mirar las tiendas antes que las cerraran, simplemente quería disfrutar y lo hice. Poco me falto para chupetear todo el vaso antes de tirarlo a la basura. Que triste fue cuando termino pero así es la vida, todo acaba.

Gracias Londres! Gracias Häagen Dazs!

Museums


Nunca vi un Matta tan bonito. Nunca ame tanto a Picasso. Nunca sentí que conocía tanto a Miró que podía reconocerlo en todos sus cuadros. Nunca sentí tanta soledad con un Dalí... nunca, hasta hoy.

Primera vez que no me importa la idea que se supone que uno no puedo sacar fotos en los museos (aunque sea sin flash) porque esta mal visto. Hoy camine con mi cámara colgada en mi mano de arriba a abajo, de lado a lado. Sin soltarla, sin dejar de enfocar, sin dejar de disfrutar. Aún así, pese a mi emoción y gocé, me tengo que declarar una cagada de mierda, como buena chilena que soy, porque me negué rotundamente a entrar a las dos únicas salas en las cuales había que pagar en el “Tate Moderm”, pero no importa.

No importa porque después Matisse me dijo que la exposición que estaba ahí no era muy buena en verdad, que no se comparaba a la sala donde él se encontraba, “Poetry and Dream”, porque lo otro era pura naturaleza muerta y fomedad. Y pensé en no creerle, pensé que de puro agrandado me decía eso, pero después cuando me equivoqué de baño y entre al de hombres y vi a Pollock ahí limpiando mientras me decía que me había confundido de lugar y terminaba la despedida con un: “No vuelvas a cometer un error así, sería como entrar a esas dos salas donde hay que pagar”. Luego de eso pensé que lo mejor era terminar el paseo ahí e irme a otro lado...

Y entre calle y calle mis pies me llevaron al “Imperail War Museum”... agotador. Increíble pero me quito hasta la última gota de energía. Fue demasiado para mi ver los daños que le causaba la guerra a los niños, como bombardeaban las casas, como se destruía todo. La etapa de la Primera guerra, entre guerras, la Segunda... judíos, campos de exterminio, maqueta de Auschwitz... too much. Así que después de que me dolían los ojos, veía gente sollozar a mi al rededor y había terminado la última sala del museo, decidí que era mucha guerra por hoy.

Por lo cual, termine mi recorrido de museos del día en la “National Gallery”, donde me di cuenta de lo poco esnob y chic que soy. Sinceramente me aburre de sobre manera ver cuadro tras cuadro del siglo X y algo, todos oscuros y con caras de gente poco feliz. Pero aún así, me empecine en buscar “algo distinto”, algo que realmente me erizara los pelos, pero por más que mire no lo encontré. Nada que me enamorara, nada que me hiciera sentir eso que buscaba, eso que me dio Matta.

martes, 13 de abril de 2010

Londres en moto

Hoy aprendí a querer Londres de una forma que nunca pensé que iba a lograr y todo se debe a Bjoern, a su moto y a pasear con ella por las calles de esta ya no tan gris ciudad.

Paseamos por vías desconocidas, tomamos una sopa -con chancho, pato, verduras y fideos gruesos- en un pequeño restaurant de comida China. Cruzamos túneles y el gran Puente de Londres. El frío chocaba contra mi cara de una forma muy similar a cuando andaba en bici en Amsterdam... quizás por eso ame tanto el paseo o porque, simplemente, mi sueño siempre ha sido tener una moto.

Eso si no sé por qué, pero antes tenía la idea y el recuerdo de que esta metrópoli, donde se supone que se toma el té a las cinco, estaba llena de calles hechas de adoquines por todas partes, pero no. Me ha sorprendido con edificios con forma de huevo, esquinas llenas de bares y millones de mujeres vestidas con mini falda, sin importar el frío que haga.

Y lo más sorprendente fue enterarme que los chilenos no somos los únicos ladrones parece. En un momento estábamos pasando por un mall ultra cuico, propio del sector de oficinas y grandes empresas, cuando de repente se escucha un grito y tres hombres saltan sobre un loco. En segundos comienzan a correr más guardias (todos vestidos finamente de calle) para poder detenerlo luego en una esquina. Pero lo más impactante no fue eso, sino que parecía que a nadie le importa, todos seguían su vida como si ese fuera un pequeño incidente más y sin ninguna importancia.

Londres...






sábado, 10 de abril de 2010

Santiamenes

Hasta ahora hay uno memorable -no por eso el único- sólo por los dos primeros países, pues Inglaterra aún no ha querido regalarme una sonrisa que traspase mi pecho.

En Alemania fue sacarnos fotos en unos pequeños cubículos, ubicados a unas cuantas cuadras del departamento, que tiraban cuatro imágenes en blanco, negro y matices grises. Había que permanecer pacientes a un lado de ellos hasta que se desocuparan y luego entrar para comenzar a acomodarse en una silla diminuta. Amaba la espera, el nerviosismo antes de que apareciera el flash, la preparación de la mejor cara, las risas. Después mirar perplejos, pendientes, el lugar por donde se suponía que saldría esa tira de imágenes y ulteriormente ahí estaban, como por arte de magia aparecían caras tristes y sonrientes, mentiras y verdades, saludos y despedidas.

En Holanda fue andar en bicicleta. Me sentía más viva que nunca cada vez que lo hacía y el viento helado chocaba contra mi cara entre tanto corría sal por mi sien. Saboreaba la libertad mientras pensaba que en cualquier momento iba a salir volando y todo a mi alrededor desaparecería... nada iba a doler. No habrían complicaciones, preocupaciones, soledad. No habría nada más que viento, que sensaciones en los músculos de mis piernas, que un cansancio que producía satisfacción. No habría nada más...

Sigo esperando que Londres me obsequie un instante así.

jueves, 8 de abril de 2010

Gitana por Europa

Llegué hace exactamente 28 días a Europa. Veinte y ocho días que han transcurrido más lentos que nunca, cambiándome de países todo el tiempo: Alemania, Holanda, Inglaterra...

Mi primera experiencia de gitana fue cuando me fui de mi hogar a finales del dos mil seis. En un periodo de ocho meses alcancé a vivir en casi el mismo número de casas. Me cambiaba de un lado para otro todo el tiempo, siempre por distintos motivos. Una vez más volvía a tomar mis cajas, ordenar mi ropa, perder mis calzones. Una vez más tenía que tratar de hacer un espacio mió, sin saber cuánto iba a durar.

Hoy siento lo mismo. No tengo nada mío salvo mi maleta que esta ahí, siempre hecha, siempre lista para volver a partir, siempre sin dejar que mi vida salga de ella, que tome aire, que escape, que respire... que simplemente se emancipe. La maleta y los lugares insisten en que ella tiene que quedarse así, armada, en una esquina viviendo, esperando no sé qué.

Añoro un lugar propio, un lugar que mire y diga: sí, acá vivo yo, se ve en cada esquina que este espacio es parte de mí. Pero no necesito algo como mío por propiedad, necesito algo que me haga sentir menos sola, que me haga sentir más parte de algo, que me haga sentir otra vez yo.

No me gusta ser gitana... hoy no me gusta ser una gitana por Europa, quizás mañana si.


sábado, 3 de abril de 2010

Beirut - A Sunday Smile