Paseamos por vías desconocidas, tomamos una sopa -con chancho, pato, verduras y fideos gruesos- en un pequeño restaurant de comida China. Cruzamos túneles y el gran Puente de Londres. El frío chocaba contra mi cara de una forma muy similar a cuando andaba en bici en Amsterdam... quizás por eso ame tanto el paseo o porque, simplemente, mi sueño siempre ha sido tener una moto.
Eso si no sé por qué, pero antes tenía la idea y el recuerdo de que esta metrópoli, donde se supone que se toma el té a las cinco, estaba llena de calles hechas de adoquines por todas partes, pero no. Me ha sorprendido con edificios con forma de huevo, esquinas llenas de bares y millones de mujeres vestidas con mini falda, sin importar el frío que haga.
Y lo más sorprendente fue enterarme que los chilenos no somos los únicos ladrones parece. En un momento estábamos pasando por un mall ultra cuico, propio del sector de oficinas y grandes empresas, cuando de repente se escucha un grito y tres hombres saltan sobre un loco. En segundos comienzan a correr más guardias (todos vestidos finamente de calle) para poder detenerlo luego en una esquina. Pero lo más impactante no fue eso, sino que parecía que a nadie le importa, todos seguían su vida como si ese fuera un pequeño incidente más y sin ninguna importancia.
Londres...
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