sábado, 10 de abril de 2010

Santiamenes

Hasta ahora hay uno memorable -no por eso el único- sólo por los dos primeros países, pues Inglaterra aún no ha querido regalarme una sonrisa que traspase mi pecho.

En Alemania fue sacarnos fotos en unos pequeños cubículos, ubicados a unas cuantas cuadras del departamento, que tiraban cuatro imágenes en blanco, negro y matices grises. Había que permanecer pacientes a un lado de ellos hasta que se desocuparan y luego entrar para comenzar a acomodarse en una silla diminuta. Amaba la espera, el nerviosismo antes de que apareciera el flash, la preparación de la mejor cara, las risas. Después mirar perplejos, pendientes, el lugar por donde se suponía que saldría esa tira de imágenes y ulteriormente ahí estaban, como por arte de magia aparecían caras tristes y sonrientes, mentiras y verdades, saludos y despedidas.

En Holanda fue andar en bicicleta. Me sentía más viva que nunca cada vez que lo hacía y el viento helado chocaba contra mi cara entre tanto corría sal por mi sien. Saboreaba la libertad mientras pensaba que en cualquier momento iba a salir volando y todo a mi alrededor desaparecería... nada iba a doler. No habrían complicaciones, preocupaciones, soledad. No habría nada más que viento, que sensaciones en los músculos de mis piernas, que un cansancio que producía satisfacción. No habría nada más...

Sigo esperando que Londres me obsequie un instante así.

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