martes, 29 de junio de 2010

El último trayecto a un bus

Era inevitable. Para mi hay ciertas cosas que, lamentablemente, se han vuelto pan de cada día. Se han convertido en mi Fantansilandia privado que más que euforia me provocan la sensación como cuando uno baja la montaña rusa, ese vació en el estomago como si uno estuviera en abstinencia de su mejor droga.

Tosi sin parar toda la noche, con esa tos característica mía que parecía que en cualquier momento escupiré mi estomago por la boca. A la mañana siguiente el despertador no sonó y como yo sufro de falta de tolerancia al fracaso por las mañanas, me largue a llorar mientras trataba de correr por la pieza tomando mis pilchas tiradas por todos lados.

El tren estaba que salía desde el aeropuerto: Schiphol – Central Station – Bilderdijkstraat – Amstel Station. Fuiste a comprar los pasajes mientras salía lo más abominable de mi ser, eso que ya no recordaba que vivía dentro de mi. Estaba enojada, enojada contigo por no avisar que el celular a veces no funcionaba, por haber peleado toda la noche. Estaba enojada por las palabras, las lágrimas, las idas y venidas, lo que lamentablemente se sigue repitiendo.

Me puse a llorar apoyada en un pilar por todo, por todo lo que ya había sido esto. Porque estaba cansada, porque no quería seguir corriendo siempre, al filo del tiempo, al filo de todo. Lloré y volví a mi etapa de niña donde no quería que nadie se acercara, que nadie me tocara. Quería llorar la pena mía ahí, escondida, sin que el resto me viera con los ojos hinchados y con manchas rojas por todos lados.

Pese a haber sido una perra en todo mi actuar me acompañaste. Llegamos a Central y yo ya caía en lo más profundo de la desesperación, el Tram pasaba en muchos minutos más. Un taxi me dijiste, vamos. Pero corre te dije yo, de la peor forma que encontré, voy a perder el bus.

Mis maletas estaban esperándome en la berma listas para correr al maletero y apenas se acomodaron en él, el taxi voló por calles vacías regaladas por un domingo soleado.

Llegamos, llegamos justo. Y aunque me dijeron que estaba atrasada, que para la otra perdía el ticket, esta vez el bus estaba ahí, como si hubiera sabido que yo iba a llegar –pesé a que en todo momento lo dude-.

Mientras arreglaba mis maletas y las subía fuiste a comprarme un desayuno: queque, jugo de frambuesa y agua para el viaje, para aliviar mi tos y luego, nos despedimos una vez más como todas las anteriores, como si esta vez en verdad no nos volviéramos a ver más. Pero sabes, tengo que confesarte que aún no he cambiado nada, nada de nada. Y mi viaje, aún no cambia tampoco.

sábado, 26 de junio de 2010

La ciudad de los cómics, Bruselas

Es distinto viajar sólo cuatro horas en bus luego de estar acostumbrada a pasar todas las noches sobre él. Es distinto ir a una ciudad donde te están esperando, donde apenas te bajas en el terminal alguien te abraza, llora contigo y es tu amiga que no vez hace años. Es distinto ver un partido de Chile en un lugar lleno de chilenos. Todo siempre es distinto, sobre todo acá para mi.

Las calles en Bruselas son pequeñas, adoquinadas como todas, con lugares de inmigrantes y de no, con cómics en murallas, en esquinas, en calles sin salida, en todos lados. A la vez, tiene plazas que para mi tan plazas no son... siempre espero llegar y ver verde en algún lugar de ellas, pero no, sólo veo cemento gris y nada más.

Bruselas la he conocido en auto, un poco menos a pie, pero lo grato ha sido que casi siempre he estado acompañada. Riendo, copuchando en un banco tomando cerveza, mirando todo y escuchando historias, soñando con ellas, sintiéndome un poco más en casa, un poco menos de ningún lugar.

Tanto así que las palabras ya no inundan mi cabeza tratando de salir como metralleta por mi boca. El silencio esta vez me envolvió. Quizás lentamente las cosas decanten y me de cuenta de todo esto... quizás no.

viernes, 25 de junio de 2010

Brugge

Si uno caminaba un poco más allá de la zona turística, las calles se volvían vacías, casi desoladas. Todo seguía siendo igual: casas bajas, construcciones de ladrillos, todo muy parecido a la arquitectura de A`dam. Pero no era lo que me esperaba.


Pese a mi desgano y al calor –he aprendido que por más que alegaba es más cómodo conocer una ciudad con algo de frío que con treinta grados Celsius- me perdí en los adoquines buscando lo que había visto casi un año atrás en esa película homónima, pero no lo encontré. Esta vez, deseé frío, lluvia, nieve, para que todas esas imágenes me hicieran sentir que estaba en un mundo real que antes ya había conocido, no en esta película de ficción y fantasí

a en la cual, a veces, vivo.


Pero por más que busqué en todas las esquinas, no logré encontrar esa magia y ese cuento de hadas del cual todos hablaban. Sí, era bonito pero... no sé, seguía ese "algo" que de vez en cuando me falta y que produce que al final nada sea tan espectacularmente maravilloso y mágico como quizás debiera. Pero uno de sus parques era increíble. Pude dormir una siesta, escuchar música, tomar sol y hacer como si el mundo no existiera, hacer que el mundo se detuviera.

jueves, 24 de junio de 2010

Turista

Hoy no fui una buena turista. Hoy vi cosas lindas pero nada que me pareciera la cagada en verdad. Compré un mapa –primer país en el que tengo que pagar por ellos-, trate de seguirlo y lo perdí cinco minutos después sin saber cómo. Es raro, pero en Bélgica he perdido los dos mapas que he comprado, primero el de Bruselas y ahora el de Brujas. Y pese a que digan que cuando uno compra las cosas las cuida más, algo ha pasado conmigo que esta vez no he podido conservarlos.

Trate de perderme y recorrer la ciudad pero me costo. Pensaba en volver a la estación todo el rato porque sinceramente, ya estoy cansada. Llevo en Europa tres meses y doce días sin parar, casi siempre sola. Y sí, muchas veces puede ser agradable y todo, pero yo no lo encuentro así envidiable como me dice todo el mundo. No todo es color de rosa.

Pero acá sigo, siempre lista: a caminar, a viajar mil horas en bus, a seguir pase lo que pase. Acá sigo, planeando rutas y viajes para el tiempo que resta porque aunque a ratos no de más, yo no paro hasta volver a Chile.

martes, 22 de junio de 2010

Comenzando a despegar

Me fui sabiendo que había llegado la hora de la despedida. Me fui sabiendo que la próxima vez que volviera no sería lo mismo, sería la última. Después, una vez más, tomaría mis maletas y las cambiaría de casa, de país, de lengua. Nuevo destino: Barcelona, España.


Esta vez me fui en el bus mirando las calles, tratando de ver los recuerdos, amontonandolos y guardandolos por miedo a perderlos, por miedo a olvidar. Por miedo a que se hundieran en los canales, se extraviaran en los paques o rodaran en las ruedas

de las bicis.


No quiero olvidar pero a la vez no quiero recordar tanto. No quiero enamorarme acá y dejar de amar allá, no quiero amar a Amsterdam más que a Chile y después arrepentirme un poco de volver, pasar el tiempo deseando estar acá de nuevo.


Me fui y luego me terminaré de ir sin haber alcanzado a ir al Van Gogh otra vez -la última fue en el 2003-. No alacanzaré a tomarmer las últimas chelas en el Vondel Park, ni a andar en bicicleta sintiendo que el viento me hace volar y me convierte en alguien completamente libre.


No alcancé a ver los campos de tulipanes, a bañarme en su mar, menos a aprender su idioma. No alcancé pero sé que volveré a hacerlo.

domingo, 20 de junio de 2010

Budapest

Si yo pensaba que nada podía ser peor, la vida me ha enseñado duramente lo equivocada que puedo llegar a estar en ciertos momentos.


Después de la tranquilidad de haber almorzado, saber donde estaba y tener claro que apenas llegará a destino final en Eslovaquia partiría rumbo a Budapest donde iba a estar esperándome mi maleta, todo se derrumbo. Apenas pise la estación el mismo conductor de amor y odio me llevo a que compramos un ticket de tren hacía Budapest –que él mismo pago- el cual saldría en dos horas más, mientras, subimos a tomar un café.


En eso comienzo a preguntarle nuevamente que dónde estaba mi maleta. Le hacía dibujos, mímica pero nada pasaba, era completamente imposible comunicarnos por lo que llamo a no sé quién y en un momento me la paso:


- Hola –le dije- quería saber si mi maleta estaba en Budapest?

- No hemos encontrado su maleta.

- Cómo que no han encontrado mi maleta? Le pregunté incrédula.

- No sabemos dónde esta, me respondió.


Glup, glup, glup. Comencé a hacerle millones de preguntas con un inglés que no sabía que manejaba y ella no fue capaz de responder. Necesito a alguien que hable inglés y me pueda explicar lo que esta pasando, le dije. Minutos después volvió a sonar el teléfono del chofer y dos minutos después que él colgó llego la encargada de Eurolines en Eslovaquia.


No puedo entenderlo le decía, no comprendo cómo esto puede haber pasado. Quiero saber inmediatamente dónde esta mi maleta, le decía. Y ella me respondía que no sabía, que yo debería haberme cambiado de puesto, que el chofer le decía que él había avisado. Pero no aviso en ingles! Le decía. A mi nadie me dijo que tenía q hacer cambio de bus en Viena, cómo es posible que sin mi presencia alguien haya tomado mi maleta, entonces de qué cresta me sirve que me den un papelito que identifiqué que es mía. Ni en Chile pasa eso, le debatía, si uno allá no tiene el ticket no tiene bolso y se acabo. No sé cómo es el sistema allá, me respondía para sacarse los pillos.

viernes, 18 de junio de 2010

Eslovaquia

El inglés no siempre ayuda...


El viaje se me hacía eterno hasta que en un momento paso el mismo auxiliar preguntando los destinos a los pasajeros y una señora le dijo que me preguntara a mi también –porque obviamente me había saltado-. Fue cosa de modula esa pequeña respuesta para que se iniciara el Apocalipsis.


Iba en el mismo pero esta vez con dirección a Eslovaquia. Nadie, en ning

ún momento, me había dicho que tenía que hacer combinación en Viena. Ni cuando compré el ticket, ni en Amsterdam cuando hice el check-in, menos en ese cacharro.



Se me estaba acabando el agua, no tenía ni confort para mis mocos y lo peor, era que según lo que lograba entender mi maleta estaba momentáneamente perdida en algún país de Europa, de los cuales podían ser: Holanda, Austria o Hungría.

Una mujer eslava muy amable, que era la única que hablaba inglés, me dijo que iba a tener que llegar a la terminal de su país y desde ahí tomar otro tipo de locomoción a Budapest donde me estaría esperando mi maleta como a las diez de la noche. Yo había salido de Amsterdam a las dos y media de la tarde del día anterior.


Entre todo no lograba comprender cómo nadie pidió los pasajes o hizo una mínima revisión de los pasajeros abordo antes de partir. Pero a esa altura de nada servía pensar tanto, sólo me podía distraer mirando los carteles puestos en la carretera, que por suerte estaban escritos en eslovaco porque si no, habría pensando que finalmente volvía a casa. Todo era verde por todos lados, por fin habían montañas a mi alrededor y lo único que no calzaba con la imagen de mi territorio, eran las ex fortalezas o castillos que se encumbraban de tanto en tanto en cerros hechos como de roca.


El viaje por las tierras de Eslovaquia, pese a todo fue mágico. No sé la verdad por cuántas ciudades habré alcanzado a pasar pero el paisaje era maravilloso, era como estar por fin en Chile. En el camino, la señora de al lado iba tratando de hablarme y explicarme dónde estábamos, qué estábamos mirando, que ese cerro de allá era un centro de sky muy grande en invierno.


En un momento el trayecto fue detenido. Paramos en un lugar donde había restaurant y el chofer-auxiliar que me había cambiado de asiento termino pidiéndome disculpas y me dijo que ellos me invitaban el almuerzo. Eso sí al entrar, ver el menú y no entender nada, no me quedo otra que decir algo así como lo mismo que ustedes: y llego un plato gigante de goulash con pan, con carne igual de blanca que la de la cazuela.


De vuelta en el bus la ansiedad y la ilusión de que toda esa pesadilla se estaba acabando no me dejaba dormir. Veía todo el rato mi reloj, al frente a la carretera como si por eso fuéramos a llegar antes. Ilusa, no sabía qué me esperaba...

jueves, 17 de junio de 2010

Dulce venganza

Una cosa es tener pasaporte de la Comunidad Europea y otra muy distinta, es seguir pareciendo "sudaca” o lo que sea para todos.


Tan así que en el mismo bus de la señora simpática, luego de la parada en Köln vino el auxiliar a empujarme el hombro -yo estaba de espaldas en el apoya brazos- para decirme algo en un idioma que claramente no entendí. Le pedí de buena manera si me podía decir lo mismo en inglés y me volvió a golpetear más fuerte el hombro y empezó a señalar un asiento aledaño a una chica de lentes. Le pregunté entonces si hablaba castellano y esta vez fue más tosco aún. Comencé a decirle en mi idioma que eso no se hacía y que dejara de tocarme de esa manera porque si no en verdad me iba a molestar -todo esto mientras me cambiaba de puesto-.


Luego de eso se sentó una pareja jovén de alemanes en mi lugar. Sin siquiera decir gracias, sin ni siquiera verme a la cara y la verdad, es que si quizás ellos me hubieran pedido que por favor me cambiara de puesto porque ellos se querían ir ahí, todo habría podido ser distinto -acá los asientos no son numerados-. Lo peor era que un poco más atrás mío, en la hilera larga del final, habían dos asientos vacíos en la mitad, totalmente visibles y para rematar, éramos seis las personas sentadas solas pero claro, yo era la única no rubia de ahí.


Aunque mi pasaporte rojo y mi apellido digan que soy alemana, siento a veces que para ellos nunca seré otra cosa que una extranjera latina.


Pero esto se acabo, de ahora en adelante seré chilena para todo lo que se pueda -como reservar hostales- y me veré obligada a seguir siendo alemana para las aduanas y los tickets de viaje. Para nada más, me niego.


... Pero “Dios es grande y yo soy pequeña” como dice la película, pues cuando los que ocuparon mi puesto estuvieron cansados y se quisieron recostar en sus asientos, ninguno de los dos funcionó para echarlo hacia atrás.

miércoles, 16 de junio de 2010

Abuela del nuevo mundo

Definitivamente odio el aire acondicionado, sobre todo en los buses porque uno no puede escapar de ellos, por más que trate.


Esta es la segunda vez que me resfrió en el viaje. El primero duró casi tres semanas y al final tuve que tomar antibióticos... quién sabe por cuánto durará este, pero ya no lo soporto y casi que acaba de empezar.


La gente en el bus va con polera corta y el aire encima, yo en cambio estoy viajando con doble pantalón –uno más delgado abajo-, capucha en la cabeza, cuello tejido por mi abuela en la garganta, chaqueta de cuero sobre el pecho y una manta de polar blanca con puntitos en las piernas. Sí lo sé, parezco loca pero me importa un frijol, al frío ya no lo aguanto y me basta con mis mocos, mi tos y mi ya pasada fiebre.


Y aunque me carga ir acompañada por alguien en el asiento continuo al mío –pues aprovecho la primera oportunidad para dormir- esta vez creo que me toco la mejor persona.


Después de cambiarse tres veces de asiento y terminar finalmente al lado mío, una señora parecida a mi abuela se convirtió en una muy grata compañía, pese a nuestro constante silencio.


Vestía jeans azules, una polera gris ¾ ajustada y escotada con vuelitos en los hombros, todo acompañado de una moderna cartera negra. Su piel estaba un poco bronceada, su pelo perfectamente bien cortado y teñido de un castaño claro impecable. Y apenas se sentó a mi lado, se saco los zapatos e inclusive los calcetines, mish.


Ella es una abuela del nuevo mundo. A su celular le llegan mensajes de texto bastante seguido y aunque se demora mil años en responderlos, teclea lentamente número por número buscando la letra correspondiente. A la vez, de vez en cuando trata de hojear una revista de moda o de leer un libro con letras gigantes aunque se le nota la poca emoción y lo aburrida. Su mirada me dice que por ella estaría hablando sin parar conmigo, pero ambas sabemos que no tenemos ni siquiera un idioma en común. Triste, me habría encantado conversar con ella.


En un momento yo saqué una y la comí lentamente sin ofrecerle ni una gota, luego fui presa de la culpa. Ella me dio una pastilla de menta y me ofreció un pan de chocolota, yo educadamente no acepte. Pero el remordimiento paso cuando ella saco una manzana con un pequeño cuchillo y ella esta vez comió sin ofrecerme nada, mientras miraba los paisajes por la ventana al lado de la que tanto quería ir –ahora creo que por ese se cambio tres veces de asiento por que a mí, de una forma u otra, logró explicarme que quería ir sentada ahí-.


Creo que nunca me había sentido tan inmensamente cómoda al lado de un desconocido en el bus. A ratos, divagaba deseando que ella en verdad fuera mi Lala y que yo pudiera tirarme en su regazo a dormir.


En Düsseldorf se bajo bastante gente y pese a lo agradable que era estar sentada a su lado me cambie de asiento y así cada una quedamos con doble espacio. Super, me dijo y sonrió.

martes, 15 de junio de 2010

Iglesias

Desde que perdí el Tram número doce hace mucho, tuve tomar un taxi hasta la estación de Eurolines y luego me robaron en el bus camino a Viena, voy a cada Iglesia que veo en el camino. Y no es porque me haya vuelta religiosa de un día para otro o crea fervientemente en las Igelsias, sino porque mi consciencia me lo dijo. No, en verdad no, mi consciencia no hablo conmigo, simplemente recordé a mi abuela haciendome la señal de la cruz en la frente (acto que siempre me ha cargado) y diciendome: yo rezaré por usted, Dios la ayudará. Y confieso, nuevamente, yo no creo en las Iglesias, pero sí creo en ella. Sólo el hecho de creer en ella me hace pensar que cada agua bendita que hunto como mantequilla en mi cabezame va a ayudar, pero no por la bendición, no por el lugar, sino porque ella
cree y yo creo en ella.

Este hecho de buscar agua bendita por todas las ciudades habidas y por haber a producido que yo termine conociendo casi todas las Iglesias de aquellos lugares. Siempre que me pierdo y veo una, da lo mismo cuan lejos este yo voy hacía ella. Entro, unto mi mano en ese charcho que a veces me parece baboso y pegote y pienso en ella.

Pero aún así y pese a mi seudo momentánea fe, me niego rotundamente a pagar por ver una Iglesia... es como mucho, no?

domingo, 13 de junio de 2010

Praga

Antes de llegar a esta ciudad solo había escuchado dos cosas sobre ella: la Primavera de Praga -que ahora sé exactamente qué y cómo fue- y que tenía las mujeres más bonitas del mundo. Y no es por envidiosa pero esto último no es tan real. Si, hay mujeres bonitas pero creo que en Holanda, Alemania e inclusive en Italia, tienen mejor belleza europea.

Antes de llegar a esta ciudad no sabía que los checos habían inventado la cerveza –Pilsner Urquell- en 1842 y como hasta hace no muchos años siempre estuvieron al alero o reprimidos por otros países, en esa oportunidad los alemanes se vieron beneficiados y robaron tan preciada receta.

Antes no sabía que los chechos no tenían respeto por nadie cuando manejaban, que tuvieron las peores guerras entre católicos y protestantes -la de los 15 años y la de los 30 años (muy ingeniosos)- ni menos aún, que en este país existieron ghettos judíos por demasiados años -por lo que pude entender en el tour- y estos estaban mucho antes de la llegada de los nazis.

Además, al llegar estos últimos, Hitler quería construir un zoológico con algunos de ellos para que la gente pudiera ver cómo se iba a extinguir esa "extraña especie" que vivía de una

forma tan "peculiar".

Me vine a Parga por cuatro noches y cinco días y aunque me ha gustado, creo que con dos noches y tres días completos uno puede conocer esta ciudad perfectamente.


Ps: Una de sus mejores cosas es que los cigarros cuestan casi lo mismo que en Chile, quizás un poquitín más... ideal.


sábado, 12 de junio de 2010

Sólo entre chicas

Decidimos juntarnos en el Reloj Astronómico a las tres y como llegue un poco antes, decidi seguir hasta la plaza del Viejo Pueblo la samba que escuchaba a lo lejos.


Cuando la hora se acercaba me dirigi al lugar que habíamos fijado para la cita y la Macu, una chica argentina que conocí en mi pieza del hostal, no estaba sola pues Julie, nuestra otra roommate estaba con ella.


Tomamos cerveza, nos resguardamos en la sombra del Ayuntamiento Viejo para no seguir sufriendo los daños causados por el calor infernal y tras una hora, volvimos a seguir nuestro camino.


Paseamos al lado del Vltava, reímos, nos sacamos fotos, nos perdimos juntas. Fue todo completamente distinto. Luego de tres meses de viajar casi siempre sola y cruzar una que otra palabra con alguna persona y nada más, esta vez tenía compañeras de viaje en la misma que yo.


Terminamos la tarde sentadas hablando de la vida en el Letenské Sady, vimos el atardecer y el anochecer desde el Metronome y luego caminamos bajo las pocas estrellas y las muchas luces encendidas por el Karluv most.


Era la primera vez q conocía una ciudad de noche durante mi estadía por los hostales. Era la primera vez que veía especimenes europeos repletar las calles como zombies de una película. Fue la primera vez que "sola" fue todo tan perfecto.


La Macu se fue hoy en la madrugada a Paris y yo, espero a que Julie termine su free tour para salir a pasear juntas despues.


... Finalmente Julie nunca llego. Despues de esperarla casi una hora determine que quizás era mejor volver a mi práctica de caminar sola. Cuando volví al hostal ella estaba aquí con los ojos vidriosos: había perdido su cámara de fotos y lo que más lamentaba eran las imágenes del día de ayer.

lunes, 7 de junio de 2010

Arrivederci

Siempre me dijiste que la palabra Prego la usaban para todo. Pero yo, que soy un poco pava, nunca entendí qué significaba ni fui capaz de ocuparla correctamente. Nunca entendía el momento, la respuesta, la ocasión.

Fue así que finalmente conocí esta otra palabra y creo que es la más linda que pude aprender en Italia... “hasta que nos volvamos a ver”.

Me he dado cuenta que no me gustan mucho las despedidas, las faltas, los seudos abandonos producidos por otros o provocados por mi. Me gusta esa eternidad, eso que no se sabe, eso de que siempre nos volveremos a ver. Así que esta palabra calza perfectamente conmigo.

Entonces hasta que nos volvamos a ver Italia, Roma y sus calles adoquinadas -que ya es lo típico acá en Europa-, Costera Amalfitana y sus playas turquesa. Hasta que vuelva a ver llover desde la ventana con una palmera que casi se vuelva y yo en polera y falda, hasta que me vuelva a tirar en la alfombra de mi tía son cojines en mi cabeza a ver una de sus miles de películas. Hasta que vuelva a oler ese aroma de flores por las calles que creo que es lejos lo que más me gusto de Roma –para no decir como todos que fue el Coliseo (aunque lo fue también), la Capilla Sixtina o ble-.

Me voy con la certeza de que nos volveremos a ver, pues el último día corrimos sobre un taxi a la Fuente de Trevi para que yo pudiera pedir esos dos deseos que son tradicionales: el mío y el de volver alguna vez.

Arrivederci Italia.


domingo, 6 de junio de 2010

Costiera Amalfitana


La chica coreana que conocí en el hostal de Viena me dijo que fuera, que lo anotara en mi libreta y que cuando estuviera en Italia no dudara de pasar por allá.

Cuando llegue acá mi idea era viajar dentro de Italia: Venecia, Florencia, Nápoles, Milán... y claramente, le conté a mi tía de mis intenciones pero luego de revisar webs de trenes y buses, me di cuenta que era un sueño un poquito imposible y extremadamente caro. Hasta que... la Sol me dijo que nos íbamos el fin de semana de paseo y que por qué no ir al lugar que yo le habían dicho y que tanto me habían recomendado.

Con una sonrisa gigante en mi cara tomamos la libretita verde de Michelin y comenzamos a explorar. Mientras, internet nos proporcionaba todo lo que un papel ni una guía ya no pueden hacer: se reservo el hotel-hostal, se revisaron los horarios de los trenes y se iniciaron toda clase de preparativos.

El taxi llego tempranísimo, salimos rumbo a la estación y se compraron los tickets del tren que iba a salir en un rato más. El viaje duró en total como seis o siete horas. Hicimos dos cambios en el camino: del tren a como un metro y de ahí tomamos un bus y bordeamos toda la costa de cerros, de aguas turquesas, de casas en las faldas, de viñas en terrazas, de sol y verde.

Pese a que iba completamente mareada en el bus dadas las mil y una vueltas que este daba, el camino era increíble, tal cual había dicho ella. todo era como salido de una película, me sentía en una de esas revistas que rara vez llegan a Chile, me sentía en las islas griegas sin aún ni siquiera conocerlas.

Esa noche nos quedamos en Praiano. Almorzamos en la tarde en un restaurant y luego, ya más cerca de la noche fuimos a caminar por las calles de Positano. El aire olía a humedad, a protector solas, a mar. La gente tenía la piel canela, vestidos cortos, toallas bajo el brazo. Las calles, para llegar a la playa, iban en descenso y las adornaban miles de tiendas, todas distintas, todas especiales. Había ropa, cerámica, comida. Cuadros, antigüedades, farmacias.

Al otro día finalmente llegamos ahí: Sorrento. De ese lugar del cual tanto hablo mi roommate coreana y tenía razón, era increíblemente bello. Era mucho más ciudad que los otros pueblos. Algunas de sus calles estaban atestadas de personas y callejones laberínticos lo dirigían a uno a la playa. A ratos se parecía mucho a Toledo en España.

Nuestra estadía ahí no fue muy larga. Caminamos un poco, almorzamos comida típica italiana acompañadas por una argentina en la mesa de al lado y luego, como mi tía se sentía pésimo por un resfriado que la había atacado sin previo aviso, decidimos comenzar la retirada de vuelta a Roma.

Volvimos a la estación, deshaciendo todo el camino hecho, y tomamos un metro repleto de graffitis con dirección a Nápoles. Luego ahí hicimos combinación con el tren y esta vez era el línea roja, o sea, en vez de demorarnos como cuatros horas de vuelta a Roma, sólo fue una.




...Algún día volveré a Positano, a Sorrento. Me bañare en sus aguas y caminaré más por sus calles. Esos pueblos se quedaron debiéndome algo.



viernes, 4 de junio de 2010

Vaticano

Me desperté a las seis y tanto de la mañana, desayune y tome mis cosas para dirigirme caminando rápidamente al Vaticano: dadas las circunstancias tenía que hacer la fila como cualquier otro mortal pues mi tía se había olvidado de pedir el permiso diplomático.

Al llegar las personas aún no se alejaban mucho de la entrada formando la hilera, pero de a poco todo se empezó a llenar y como existe gente tan descarada, sobre todo los italianos, mucho de esos que iban apareciendo tarde se empezaron a colar. Al final todo se convertía en una lucha por mantener el puesto y en una espera eterna para que abrieran las puertas.

Cuando el reloj marcaba las nueve el acceso se hizo posible y una avalancha de gente comenzó a empujarse levemente para poder pasar. Pero después adentro, pese a las multitudes, todo fue algo más fácil. Yo pase a la fila de estudiantes, pagué mi entrada y me dirigí rumbo a las escaleras mecánicas me llevarían al museo. Primera parada: Capilla Sixtina.

Me adentre en un laberinto de pasillos, en un sin fin de nombres y pinturas, en unos eternos Palacios Pontifícios: Galería de tapices y mapas, corredor; Estancias de San Rafael, frescos por todas las murallas; Capillas varias, callejón; seudo arte histórico y moderno, incluyendo un Dalí; paso, escalera, mapa; y ahí, finalmente se encontraba ella, la inmaculada Capilla Sixtina. Entre y estaba completamente atestada. Gente por todos lados, guardias gritando que silencio, que no se podían sacar fotos y ahí me quede yo, mirando hacía arriba con la boca abierta.

Pacientemente espere a que alguna de las personas que estaban sentadas a mi lado se parara y me dispuse a ocupar su puesto. Comencé a observar los frescos desde un lado, luego desde el otro hasta que sentí un vacío inmenso y ya nada era tan sublime. Que triste es ver algo así y no tener con quién compartirlo.

En mi locura momentánea seguí a un tour con su respectivo guía, entre por un pasillo, baje escaleras, salí a un patio hasta que finalmente me vi de frente y dentro de la cripta de los Papas que han habido. Camine sin entender mucho y un poco más allá, donde vi gente en cuclillas rezando, me detuve: era el Papa Juan Pablo II. Anonadada por la imagen no fui capaz de moverme hasta que uno de los de seguridad me hizo avanzar.

Seguí por especies de callejones oscuros hasta que subí unas escaleras y vi la luz, estaba en la Iglesia de San Pedro. Claramente yo no entendía nada y comencé a peregrinar en busca de algún encargado que hablará inglés y me pudiera ayudar. Cuando por fin encontré a uno me explico que tenía que caminar un kilómetro de vuelta a la entrada de los museos y ver ahí si podía pasar.

En el camino mi desdicha era máxima, miraba una y otra vez mi entrada donde salía claramente que era válida sólo para un ingreso... y qué hago ahora, me pregunté.

Llegue de vuelta a la entrada, pasando por una fila inmensamente larga con muchas más personas que cuando yo estaba. Le pregunte a un señor, luego a otro, luego a otro y paso a paso iba entrando nuevamente por las puertas. Una vez más ponía mi mochila en un escáner y pasaba bajo rayitos para la exploración. Una vez más me apuraba como si esta fuera una posta y a mi me tocara llevar el bastón a la meta.

Cuando me vi de frente con el señor que me había vendido la entrada unos cuantos minutos antes le explique la situación pero claramente no me entendió nada. Busco a otro de sus compañeros que hablará inglés y yo volví a repetir, una vez más, mi torpe historia. Tiene que ir a ver allá señorita si la dejan entrar, me dijo mientras yo ponía una cara de sufrimiento y le decía que qué sería de mí si me decían que no. Luego de verme se apiado de mi, fue conmigo al lugar mientras yo le repetía una y otra vez que en verdad no entendía cómo había llegado allá. Hablo con los guardias y todos comenzaron a reír mientras yo pasaba triunfante en busca de las escaleras mecánicas para volver al inicio.

Nuevamente sin saber cómo, llegue a la Capilla Sixtina, me senté y la observe un rato y luego trate de escapar de ella. Esta de más decir que casi me vuelvo a perder y que tuve que parar al más estilo “compré huevo a la otra esquina” frente a cada guardia que había para que me explicara cómo llegar a las otras alas del Museo sin salirme de éste y que creen, lo logré.

Fui al Museo Egipcio, al Gregoriano, al Histórico Vaticano. Me pasee con toda la lentitud del mundo por la Pinacoteca, por la sección de Tapices, mirando por las ventanas el patio, el verde, la luz. Hasta, me revisé todas las estampillas y las monedas que existieron en los tiempos de los Papas, todas eran distintas dependiendo que Papa “reinaba”. Y cuando ya me sentí satisfecha de mi incursión, baje por unas bellas escaleras de caracoles y me dirigí a la salida para volver a casa.

Misión cumplida.