viernes, 18 de junio de 2010

Eslovaquia

El inglés no siempre ayuda...


El viaje se me hacía eterno hasta que en un momento paso el mismo auxiliar preguntando los destinos a los pasajeros y una señora le dijo que me preguntara a mi también –porque obviamente me había saltado-. Fue cosa de modula esa pequeña respuesta para que se iniciara el Apocalipsis.


Iba en el mismo pero esta vez con dirección a Eslovaquia. Nadie, en ning

ún momento, me había dicho que tenía que hacer combinación en Viena. Ni cuando compré el ticket, ni en Amsterdam cuando hice el check-in, menos en ese cacharro.



Se me estaba acabando el agua, no tenía ni confort para mis mocos y lo peor, era que según lo que lograba entender mi maleta estaba momentáneamente perdida en algún país de Europa, de los cuales podían ser: Holanda, Austria o Hungría.

Una mujer eslava muy amable, que era la única que hablaba inglés, me dijo que iba a tener que llegar a la terminal de su país y desde ahí tomar otro tipo de locomoción a Budapest donde me estaría esperando mi maleta como a las diez de la noche. Yo había salido de Amsterdam a las dos y media de la tarde del día anterior.


Entre todo no lograba comprender cómo nadie pidió los pasajes o hizo una mínima revisión de los pasajeros abordo antes de partir. Pero a esa altura de nada servía pensar tanto, sólo me podía distraer mirando los carteles puestos en la carretera, que por suerte estaban escritos en eslovaco porque si no, habría pensando que finalmente volvía a casa. Todo era verde por todos lados, por fin habían montañas a mi alrededor y lo único que no calzaba con la imagen de mi territorio, eran las ex fortalezas o castillos que se encumbraban de tanto en tanto en cerros hechos como de roca.


El viaje por las tierras de Eslovaquia, pese a todo fue mágico. No sé la verdad por cuántas ciudades habré alcanzado a pasar pero el paisaje era maravilloso, era como estar por fin en Chile. En el camino, la señora de al lado iba tratando de hablarme y explicarme dónde estábamos, qué estábamos mirando, que ese cerro de allá era un centro de sky muy grande en invierno.


En un momento el trayecto fue detenido. Paramos en un lugar donde había restaurant y el chofer-auxiliar que me había cambiado de asiento termino pidiéndome disculpas y me dijo que ellos me invitaban el almuerzo. Eso sí al entrar, ver el menú y no entender nada, no me quedo otra que decir algo así como lo mismo que ustedes: y llego un plato gigante de goulash con pan, con carne igual de blanca que la de la cazuela.


De vuelta en el bus la ansiedad y la ilusión de que toda esa pesadilla se estaba acabando no me dejaba dormir. Veía todo el rato mi reloj, al frente a la carretera como si por eso fuéramos a llegar antes. Ilusa, no sabía qué me esperaba...

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