sábado, 25 de diciembre de 2010

"The family stone"

Amo Navidad.

La amo armando el árbol, con sus luces, con los colores, con los olores que se mezclan por la casa. La amo con la familia, las risas, los videos, las fotos, las reparticiones. La amo acá y en Chuchunco city, sea dónde sea siempre es linda la Navidad, por lo menos para mi.

Creo que sin dudarlo es la mejor celebración. Más allá de Jesús o no, del pesebre o el Buda, de regalos sin o con Viejo Pascuero, o sin regalos. Navidad es la fecha donde nunca habían peleas, donde reíamos toda la noche, con animadores, juegos, amigos secretos. No importaba si en ese año faltaba plata, o habían bajas, o se sumaba gente.

Para algunos puede sonar naïf, para otros tonto o hasta arcaico, pero algún día sueño con tener una casa llena de personas para Navidad. Con niños corriendo, con delantales manchados dando vueltas, con galletas pintadas sobre la mesa, con adornos por todas partes. La quiero con gritos, con desorden, con guatas hinchadas y vasos vacíos.

Amo Navidad.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Moraleja en caso de bomba

Es de parte del Gabinete del Ministro, me dijo. Yo, como si nada, revise mi cuaderno y le volví a dar el número de tu celular. Luego, te llame para avisarte que te estaba tratando de ubicar una señorita, que por qué no contestabas tu celular y yo, sin saber nada no pregunté. Simplemente te di la información necesaria y tu me dijiste que la llamabas al toque.

Al rato me llamaste tu. Preguntaste si todos estábamos en casa, que quién estaba con el celular y que tenías que hablar conmigo con calma. Me avisaste que había explotado una bomba en la Embajada, que tu y todos estaban bien, que aunque tu estabas a treinta metros de la explosión no te había pasado nada –pero claro, me omitiste que el funcionario que abrió el paquete tenía problemas con sus manos-. A continuación, me pediste que por favor te contará chistes y por más que sé sólo uno o dos máximo –y son pésimos- te los conté. Te los conté y aunque fueran malos te reíste, te reíste y me dijiste que muchas gracias.

Cuando te corté di la noticia en casa. La Lala, como siempre, entro en esos shocks extraños donde decía que tenía que llamar a Chile, que habían migas que sabían que ella estaba acá, que tenía que avisarles. Y la mamá, empezó con esos bronces –bronces para mí, claro- donde dices cosas como: vi hoy la cama toda desordenada y pensé: Oh , si ella se muriera o ella se podría morir... algo así.

No entiendo mucho la verdad. Por más que leo noticias y me trato de explicar el cómo y el por qué explota una bomba en una Embajada como la de Chile, que mucho brillo no tiene, no paro de pensar que estas cosas sólo suceden en Europa.

Moraleja: Aprender chistes en caso de bomba.

martes, 21 de diciembre de 2010

Clan

Mi familia no habla de plata. En mi familia uno no puede preguntar cuánto gana quién, cuánto salió tal, de qué monto es la herencia que le dejo mi Tata a mi Lala –ya que nadie entiende sus múltiples y eternas quejas-.

Nosotros no podíamos poner los codos sobre las mesa ni las manos bajo de ella. no mezclábamos la ensalada con el plato de fondo ni con la sopa de entrada -generalmente este exceso de reglas se aplicaba en la casa de mis abuelos-. Pero en mi casa, si no salíamos a la hora en la mañana para ir al colegio nos dejaban. A mi nunca me dejaron, siempre estaba a la hora, pero mi hermano tuvo que correr más de una vez para alcanzar el jeep.

Nos criamos en un mundo lleno de reglas acompañadas de una seudo libertad más bien conservadora. Con una casa de hippies, con dos miembros estables y uno intermitente, con una perrita negra rastosa que acompañaba siempre al que necesitara.

Casi todos somos mocheros, como que la pelea y el defenderse de todo fue algo que se nos quedo impregnado quién sabe por qué. Nos cuesta confiar, nos cuesta creer y en la parada defensiva que vivimos echamos muchos para atrás.

Claramente no somos la mejor familia, pero es lo que hay. Y lo que hay igual me gusta.

domingo, 19 de diciembre de 2010

De a dos

Perdimos a un miembro en el umbral del edificio y el resto de la brigada –mi hermano y yo- seguimos camino. Caminamos a la estación, fuimos a la máquina de tickets, compré sólo uno –pues claro, el interrail me servía a mi- y nos fuimos al tren. Cuando ya estábamos felizmente acomodados en el vagón miro mi boletito verde y veo que venció ayer.

Es que no, es que me tengo que bajar, es que esto no puede ser... y mi hermano corrió detrás mío. Ya se acabo, pensaba mientras caminábamos pensado qué hacer. Se acabaron los trenes, se acabaron los viajes, se acabo. En eso, Diedrich para a alguien de gorrito azul y le explica la situación. Súbanse, nos dijo, arriba lo compran.

Ya no me gusta pagar. No me gusta pagar, no me gusta no tener un ticket que me sirva para irme a cualquier lado cuando se me de la gana. Siento que me voy quedando atrapada y no me gusta. No me gusta que mi espacio se vaya achicando y que la libertad se me cuele como arena por las manos.

Pagué el ticket, con el dolor de mi alma lo pagué. Lo peor fue que después, durante las casi tres horas de viaje a Nápoles, nadie paso controlando! O sea, podría no haber comprado nada e irme paqueada todo el viaje pero sin gastos!

Es distinto viajar con alguien, recorrer lugares con otro. Ya no voy a mi bola, ya no decido, hay que dejar que el que no ha visto se vaya. Por ende, corrimos Pompeya. Que hay que ver la cancha, y después al teatro –chico y grande-, que ahora la casa del Fauno, que por último la Casa de los Misterios. Yo no soy de patas cortas, pero es imposible competir con las piernas de alguien que mide casi dos metros de altura. Pero aún así seguí y asumí que la bola no siempre la lleva uno.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Arrivo

Cuando llegaron corrí por sobre todo el “jardín infantil” que venía saliendo y me instale ansiosa en la puerta principal a esperarlas. Te vi salir y llorabas, la pintura iba enegreciendo tus ojos y las muecas se instalaban en tu cara. Las lágrimas corrían por tus mejillas pero tu no llorabas por mi, llorabas por ella -ella que caminaba a tu lado arrastrando los pies, que me miraba sin decirme nada, mientras yo pensaba que era porque quizás ya no me reconocía más-. La veías y me hablabas pero yo no lograba entender qué me decías hasta que por fin te alcancé para abrazarte y entre sollozos me dijiste: no tiene la menor idea dónde estamos.

Cómo en tan sólo unos meses puedes haberte ido tanto, cómo en tan poco tiempo decidiste que ya no quieres tratar más.

Caminamos al auto y cuando por fin logré saludarte me confesaste que ya no recordabas las cosas, que tenías que hacer un esfuerzo para saber qué habías hecho el día anterior. Me explicaste que estabas confundida, que no entendías mucho lo que pasaba y que te parecía que todo había cambiado. Me hablabas con los ojos perdidos y cuando te apreté en mis brazos era como tener a una niña pequeña entre ellos. A una niña pequeña disfrazada con la ropa de su mamá.

Qué pasa si un día me olvidas a mi. Qué pasa si ya no son fechas, números o cosas sino mi nombre, mi cara, quién soy.

Mientras tomábamos once y todos nos dejaron a las dos solas te dije al oído que por favor no te murieras aún, que aguantaras un poco más, que no se te quitarán las ganas de vivir. Y tu... tu hiciste como si no me escucharas. Me respondías otras cosas, me hablabas de aquí y de allá y cuando llego el resto, hiciste como si nada había pasado, como si esto nunca sucedió. Luego, me mostraste el encendedor y me preguntaste si eso era para encender los cigarros. Te dije que sí y lo prendí yo.

No me pidas disculpas. Ni por el vaso, ni por el baño y mucho menos por envejecer. No me pidas disculpas que no hay por qué darlas.

martes, 14 de diciembre de 2010

Huellas

Soy como un alma en pena en los trenes, nadie viaja conmigo. Nadie termina mis recorridos, nadie va subiendo en la estaciones, sólo hay campo en el camino. Campo, nieve y uno que otro caballo con pinta de burro. Por lo pasillos sólo somos un inspector y yo.

Pese a todo sigo amando viajar, subir en un lado y bajar en otro, mirar por la ventana y nunca ver lo mismo. Pero mis pasos se están devolviendo sobre mis pisadas. Los mismos lugares, las mismas personas, nuevos y viejos recuerdos, todo va hacía atrás. Aunque me mueva siento que ya nada es para avanzar, la única tarea es ir cercándome camino hasta que me deje en sólo lugar. Aunque quiera verlos, siento que ese día será como si me cortaran las alas que no sabía que tenía hasta que llegue acá.

Las despedidas se han trasformado en algo tan habitual que ya las tengo controladas. O sea, unas más que otras. Lloro menos, respiro más y trago más fuerte. O, simplemente, de vez en cuando se me salen de control. Se nublan mis ojos y mi mano se vuelve un abanico desesperado mientras sólo quiero que eso pase pronto. Mientras me gustaría no tener que despedirme.

Los últimos trenes, el último barco. Ahora a confinarse por todo lo que queda en Italia. Ese es el precio por disfrutar con la familia, por tener una Navidad con todos, por mostrarles los lugares donde estuve, por contarles tantas cosas, por volver a verlos después de tanto tiempo. El precio es parar.

martes, 7 de diciembre de 2010

Recopilando

La percepción térmica ha cambiado. Antes con ocho grados no salía de casa y moría de frío, ahora con menos tres me pongo las botas, una buena parca abro la puerta y voy a la calle para realizar una vida normal. Camino por los pasajes, tomo el metros, trenes y la nieve no es un impedimento como antes pensaba. Parece que hago más vida en Europa en invierno que la que haría con un poco de lluvia en Chile.

Ya no me muevo por escapar o esconderme sino porque viajar se ha vuelto la droga más adictiva que he probado. Me siento imparable pero se acaba la choreza cuando una hora en el vagón se me vuelve interminable. Cuando mis pies están tan helados que no los siento, que me paro y siento que me voy a caer porque no existen. Mis pies ya están congelados, mis manos le siguen y la nariz ya tampoco la siento.

Cuando llegue a Holanda en marzo no había nieve, sólo lluvia. En ese tiempo nunca vi niebla que cubriera como un manto la ciudad y que el sol, se viera a lo lejos como su fuera un débil foco sujeto y sobrepuesto en un escenario.

Cuando todo empezó había tomado un bus desde Berlín a A`dam. Siempre salen más temprano y llegan más tarde de lo que te dicen, no te preocupes que al llegar ya habrán buses y trams para que tu tomes y si no, no demoraran mucho en empezar a pasar. Pero no, tenía que ser conmigo. Quizás por primera vez el bus llegaba dos horas antes de lo previsto.

Eran las cuatro de la mañana y yo me mojaba y me congelaba en Amstel Station. Yo y unos cuantos más que finalmente entramos bajo techo y nos sentamos, algunos en bancos y otros como yo en el suelo –sólo por no haberme avivado antes-. Espere y espere, recuerdo que leía “Canto para mi mismo” sin entender casi ninguna oración de la hoja, pero aún así seguía leyendo y lo hice hasta que empezó el movimiento y pude emprender camino a la casa de mi prima.


Arrastré una maleta de seguro casi tan pesada como yo –o por lo menos eso sentía-, más un bolso que colgaba de un hombro y una mochila que colgaba del otro. Obviamente, y como es bastante habitual, me perdí. Y no sé si por la hora o por haber dormido tan poco la noche anterior, esa madrugada era de sueño. Un camión con manos recogía un colchón que estaba tirada en la acera y lo ponía en su interior, las bicis –aunque pocas- estaban todo el rato apunto de atropellarme y yo no era capaz de encontrar el portón rojo.

...

El país de los tulipanes se ha puesto blanco, los parques con juegos parecen en total abandono y los edificios, me hacen recordar el sector desde donde esa vez salió mi bus desde Berlín. Ese, en donde tenían su propia especia de Torre EifFel.

No quiero que todo acabe ya que aún no tengo claro qué me quedaré luego de todo esto. Como que ya nada es lo mismo y aunque muchos digan que esto sólo eran mis vacaciones, fueron mucho más. Fueron mucho más.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Mente blanca

Observo hacía los lados buscando, esperando que alguien aparezca, que vibre mi celular en el bolsillo justo antes de entrar y correr. Pero por más que miro en el fondo sé que no pasará, esas cosas sólo existen en mi imaginación de niña. Las sorpresas ya no se dan y creo que yo también deje de darlas.

...

El frío se hace más fuerte y el blanco tiñe todo como si fuera un color. Las estaciones, los árboles, las casas. De vez en cuando se deja entrever uno que otro prado verde con nieve que lo cubre a medias. El otoño en el norte es peor que un agosto chileno, pero aún así tiene algo que me atrae. Sonrió como si nunca en la vida hubiera visto nevar.

Sonrió y la mente se va a blanco a ratos, cosa que muy seguido no pasa. Se va y vuelve pensando en que quizás tantas ganas de volver a veces no tengo.