martes, 7 de diciembre de 2010

Recopilando

La percepción térmica ha cambiado. Antes con ocho grados no salía de casa y moría de frío, ahora con menos tres me pongo las botas, una buena parca abro la puerta y voy a la calle para realizar una vida normal. Camino por los pasajes, tomo el metros, trenes y la nieve no es un impedimento como antes pensaba. Parece que hago más vida en Europa en invierno que la que haría con un poco de lluvia en Chile.

Ya no me muevo por escapar o esconderme sino porque viajar se ha vuelto la droga más adictiva que he probado. Me siento imparable pero se acaba la choreza cuando una hora en el vagón se me vuelve interminable. Cuando mis pies están tan helados que no los siento, que me paro y siento que me voy a caer porque no existen. Mis pies ya están congelados, mis manos le siguen y la nariz ya tampoco la siento.

Cuando llegue a Holanda en marzo no había nieve, sólo lluvia. En ese tiempo nunca vi niebla que cubriera como un manto la ciudad y que el sol, se viera a lo lejos como su fuera un débil foco sujeto y sobrepuesto en un escenario.

Cuando todo empezó había tomado un bus desde Berlín a A`dam. Siempre salen más temprano y llegan más tarde de lo que te dicen, no te preocupes que al llegar ya habrán buses y trams para que tu tomes y si no, no demoraran mucho en empezar a pasar. Pero no, tenía que ser conmigo. Quizás por primera vez el bus llegaba dos horas antes de lo previsto.

Eran las cuatro de la mañana y yo me mojaba y me congelaba en Amstel Station. Yo y unos cuantos más que finalmente entramos bajo techo y nos sentamos, algunos en bancos y otros como yo en el suelo –sólo por no haberme avivado antes-. Espere y espere, recuerdo que leía “Canto para mi mismo” sin entender casi ninguna oración de la hoja, pero aún así seguía leyendo y lo hice hasta que empezó el movimiento y pude emprender camino a la casa de mi prima.


Arrastré una maleta de seguro casi tan pesada como yo –o por lo menos eso sentía-, más un bolso que colgaba de un hombro y una mochila que colgaba del otro. Obviamente, y como es bastante habitual, me perdí. Y no sé si por la hora o por haber dormido tan poco la noche anterior, esa madrugada era de sueño. Un camión con manos recogía un colchón que estaba tirada en la acera y lo ponía en su interior, las bicis –aunque pocas- estaban todo el rato apunto de atropellarme y yo no era capaz de encontrar el portón rojo.

...

El país de los tulipanes se ha puesto blanco, los parques con juegos parecen en total abandono y los edificios, me hacen recordar el sector desde donde esa vez salió mi bus desde Berlín. Ese, en donde tenían su propia especia de Torre EifFel.

No quiero que todo acabe ya que aún no tengo claro qué me quedaré luego de todo esto. Como que ya nada es lo mismo y aunque muchos digan que esto sólo eran mis vacaciones, fueron mucho más. Fueron mucho más.

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