martes, 30 de noviembre de 2010

No hay espacio para los piojos

Siempre pensando que perderé el tren, el barco, el metro, todo. Esta vez saldrás con tiempo, me dije a mi misma. Pesqué la mochila, camine feliz y llegue a tiempo y sudada a la estación. Más que a tiempo la verdad, así que en la espera quemé uno que otro cigarro. Todo sea por...

Civitavecchia. Esta vez no caminaras, me dije. Ten paciencia, los minutos sobran así que esta vez espera el bus que te llevará al puerto en vez de luego, cuando estés caminando cansada, veas que pasa uno y luego otro a tu lado. Confía, hay otras personas esperando, el bus pasará y llegarás a tiempo. Además, te apuesto que la lluvia en cualquier momento para.

Taxi! Yo que pensaba ahorrar tomando el barco en vez de hacer las reservas para el tren, terminaré gastándome todo en tonteras. No me servirá de nada ahorrarme unos pesos –euros- en no tomar algo hacía la estación si después me los tengo que gastar porque el transfer que lleva a las personas a tomar el Cruise Roma ya no pasa más por esa estación.

Terminal Autostrade del Mare. Luego de que el taxista no quisiera parar donde le dije en todos los idiomas precarios que sé, luego de aún así haber logrado comprar un ticket para el mismo día, subía campante y segura por la escalera mecánica. No se preocupes, le decía a todos los que salían a mi encuentro, sé perfectamente donde voy. Llego al piso siete, doy vuelta a mano derecha y mi salita para dormir, esa que tiene la mitad de asientos rotas, esa donde hay carteles que dicen que uno no puede subir los pies a los asientos pero todas las personas que alcanzan duermen estirados sobre ellos, estaba cerrada.

Piso 10. Apolo. De sala en sala, de bar en bar viendo dónde sería posible dormir esa noche. La señora amorosa que trabaja donde tocan música en vivo, desde las once, me muestra las esquinas en el barco, en el suelo de él, donde posiblemente pueda dormir. Yo las veo, las analizo y me regreso a un sillón a ver una película sentada mientras medito qué haré.

Termino en esa habitación pintada de rojo –Spagna-, que tiene zona de fumadores y no, donde hay televisores en amabas alas y que posee fotos de camiones en las murallas como decoración. Ya hay dos durmiendo de maneras contorsionistas, así que yo al lado de ellos pasará piola, me dije.

Amarré la mochila a la mesa y comencé la difícil tarea de acomodarme, previendo de ante mano la torticolis con la cual despertaría al otro día. Y cuando por fin había encontrado una posición decente y cuando ya había logrado opacar en mis oídos el excesivo volumen de la televisión, llega él y me despierta. No quieres venir a dormir a mi pieza, me dijo como si fuera la mejor oferta que me han hecho en la vida. Eeeeeee, no. Pero, estas segura? -repetía mientras miraba a los otros y acompañaba su frase de bronce con una peor- ellos son hombres, pueden estar así, tu eres mujer. Pues no, le seguí diciendo –más de una vez claramente- estoy completamente a gusto acá. Gracias... y cerré los ojos para tratar de dormir mientras pensaba dramáticamente: en este mundo ya no hay espacio -ni respeto- para los piojos.


Barcelona

Estaba inerte en su asiento, no se movía nada más que para acomodar su postura en ese pequeño espacio. No sé cómo podía dormir tanto, pero ahí estaba ella. Subía y bajaba gente y no se enteraba de nada. De nada hasta que su murmullo se hizo incesante en su oreja. Para mi sorpresa levanto la cabeza, comenzó a mirar en búsqueda de su presa y lo vio a él, con lentes de sol en un espacio cerrado y con un celular en su oreja que ya debía estar caliente. Lo miro con su peor cara pero él ni se percato. Cómo alguien podía hablar tanto! Ella ya no podría descansar mucho más.

Francia y Aduana, lo mismo de siempre. Que te bajes, que subas, que vengas. Que estos papeles no son, que tu no puedes estar acá, que anda por tus maletas. Que subió una familia, todos los puestos comenzaron a rotar mientras alguien iba a buscar al menos uno, Omar. Terminamos casi puros hispanohablantes sentados atrás. Bajábamos juntos en las paradas, conversábamos de un sillón a otro y ella lo volvía a mirar, pero ya no con la misma cara de antes.

Miraba sus ojos ya sin lentes, trataba de descifrar las palabras que no entendía, mientras indagaba el qué de él le parecía interesante. "Hacen una buena pareja”, le escuche decir al chico rumano. Ella bajo sus ojos como si no hubiera escuchado, como si no le importara lo que en verdad acababa de oír, pero yo no estoy tan segura. Sé que se quedo pensando en eso hasta que su cabeza cayó sobre el hombro de su vecino y comenzó a soñar.

A la mañana siguiente lo miraba sin mirarlo, buscaba sus ojos para luego dejarlos, para simplemente saber si él la miraba también a ella o no. En la estación se quedaron los dos. Él espero a que vinieran por ella.

Se conocieron en un bus.

domingo, 28 de noviembre de 2010

"Próxima Estación Esperanza"

Llevaba semanas esperando el boleto. Haciendo el encargo, depositando la plata, mandando los datos. Me despertaba temprano sólo para esperar al cartero y el día que llego, ni siquiera fue capaz de avisarme. Cabrón. Por más que a mi me toco el timbre y fui yo quien le abrió, no pudo decir: hay carta. Simplemente dejo un ticket para que alguien pudiera hacer el retiro después en la sucursal más cercana.

Y todo vuelve a empezar. Los barcos, los trenes, las combinaciones, las esperas, hasta las ansias. La mochila deja de estar en el closet, la ropa que por fin había salido de la maleta a cajones –después de ocho meses- vuelve a ser (poco)cuidadosamente doblada y empaquetada.

Hay que programar los cursos que siempre pierden sus estructura, fijar los días que van variando, ver los lugares que mutan porque existen sitios a los que siempre quiero volver, por más que diga que ahí no llego.

El tiempo finalmente se fue volando. Todo paso tan rápido que recuerdo los momentos acumulados como años. No sé en qué instante o por qué decidí pescar mi mochila y empezar a viajar. No sé por qué lo seguí haciendo después de que me robaron la plata, después de que “perdieron” mi maleta. No sé por qué no desistí y asumí que lo más fácil y cómodo era quedarme fija en un solo lugar, así no tendría que volver a cambiar las maletas cada vez que alguien me pidiera, así podría descansar. Pero no.

No sé nada, sólo que todo empieza otra vez.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Cucina

Lentamente todo se va sintiendo abrigado. El vapor empaña los vidrios, los olores son únicos y a la vez se confunden, danzan sobre mi cabeza, se impregnan en mi delantal. Las esencias, las texturas, la harina que sacudo de mis manos y la gota que saco de mi frente con el trozo de polera que reposa en mi hombro. Corro a cerrar la puerta antes de invadir toda la casa.

La masa se pega, se rompe, se vuelve a pegar. El uslero la deja muy delgada, luego muy gruesa, hasta que todo comienza a calzar. El horno esta en su punto, meto y saco bandejas, lavo y seco mis manos mientras el azúcar moreno hace gorgoritos sobre lo negro. La servilleta se vuelve café, la mantequilla se derrite y no hay sonrisa que no se pueda robar.

Café abajo, dorado arriba, todo blando adentro.

No soy muy buena para asumir las cosas que hago bien, siempre se me hace más fácil ver todo lo que me falta, pero puta que cocino bien y que feliz me hace.

lunes, 22 de noviembre de 2010

La carrera

Los ponía a todos en una fila, uno al lado del otro. Sólo los separaba un pequeño espacio entre cada uno pero ahí estaban, todos frente a mi, en mi cabeza. Los miraba, pensaba un rato y luego corría hacia uno de ellos. Generalmente siempre me dirigía al mismo, pero en algún momento cambio. Hoy fue distinto. Los puse casi como siempre, en esquinas cercanas a las cuales pudiera correr. Los vi, pensé un rato y luego me di vuelta y empecé a correr yo, sin parar, sin detenerme, lo más rápido que pude.

Ya no tengo olores en mi nariz ni en mis recuerdos, no sé por qué. Ya no veo manos grandes, gruesas y ásperas acariciándome la cara mientras trato de hacer la meditación de yoga. Ya no sueño con una cara que recuerde, ya no despierto con momentos que añoro o que deseo que sean realidad, ya no me desespero cuando por la mañana se difumina todo. No se difumina nada.

Hoy, pareciera ser, que sólo soy yo y mis circunstancias -como decía José Ortega y Gasset-. Aunque aún no tengo muy claro cuántas y cuáles son estas últimas.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Papallona

A veces me despierto confundida. No sé muy bien dónde estoy, no sé muy bien qué estoy haciendo y no logro entender cómo este tiempo ha pasado tan rápido. Me pregunto el cómo será el próximo año y no soy capaz de visualizarlo. No me veo ni en Chile ni acá, ni estudiando ni no, ni feliz ni triste. Simplemente, no me veo.


Hace un tiempo no había forma que aprendiera esta palabra, trataba y trataba pero no tenía sentido para quedarse impregnada en mi cabeza. Hoy, ya no la puedo olvidar, me la encuentro incesantemente todos los días, la veo, la escucho, la siento y me siento como ella. Papillona. No puedo parar de moverme, me cuesta estar quieta en un lugar sin meditar en todo lo otro que podría estar haciendo y termino viendo a la inmovilidad como algo que podría ser peligroso. Me doy tiempos de parar pero en un instante algo que me dice que es mejor seguir.


Ya son más de ocho meses los que llevo dando vueltas y sé que debo haber aprendido cosas, pero aún no noto claramente cuáles son o qué frutos darán después. La verdad es que no sé si gane o perdí más.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Cerros

Les aparta el velo a sus hijas y a su mujer para darles un beso en la frente mientras se ajusta su sombrero negro, se pone su abrigo café y agarra uno de los paraguas que venden sus amigos. Su esposa lo mira con ternura, no puede creer el buen hombre que le cayó del cielo. Una vez más él saldrá a vender castañas en la calle para llevar el pan a casa, que orgullo siente ella por él.

Él se saca la chaqueta y se tira en su sillón a comer, de la caja, las sobras de la comida china que compró la noche anterior. Empieza a hacer zapping por todos los canales de la tele pero no encuentra nada que lo convenza para ver. Así que se para, se va a su baño y decide entrar a la ducha. Tiene planeado salir.

Se dirige al paradero y espera paciente a que pase el bus 81. Cuando se sube, lo único que piensa es en no encontrarse con nadie conocido y si eso sucede, implora que no lo reconozcan. Se ve nervioso, le sudan las manos y se las frota una contra la otra incansablemente. Las pocas veces que ha tomado ese bus con esa dirección siempre le pasa lo mismo, el corazón no le para de latir a mil. Y cuando ya se acerca a la parada todo va empeorando, toca el timbre temblando y baja cerca del Teatro di Marcello. Se arregla el cuello de su abrigo mientras respira hondo y profundo.

Él se mira sus abdominales en el espejo mientras se esparce aceite por el cuerpo y se retoca un poco con Prada Milano, su más reciente adquisición. Ya con sus jeans ajustados y cajetilla en mano camina hacía el paradero a esperar el Transantiago que le sirve, la ex 226. Se sube y recuerda viejos tiempos: las micros amarillas, el olor a tubo de escape y esos boletos de papel que uno compraba cada vez al subir. Hoy todo ha cambiado, incluso él.

Da unas vueltas nervioso por los alrededores. Sube al Campidoglio, baja por las escaleras que lo acercan a la Piazza Venezzia y antes de cruzar en el semáforo mira a su derecha y ve de fondo el Colisseo. Él nunca pensó que estaría ahí, que vería eso, que su vida cambiaría tanto. Él nunca imagino que algún día en vez de dirigirse a casa con su mujer iría hacia allá.

Él se baja cerca de Merced con Purísima y comienza a observar. Camina lento y seguro por el Parque Forestal. A veces tiene sus manos en los bolsillos y otras, saca un cigarro y lo fuma como si fuera un espía, un famoso o como si estuviera en un salón vestido de frac. Todo esta fríamente calculado, esta es su rutina de siempre y con los años cada vez la ha perfeccionado más. Pero esta vez no le dará resultado, aún es muy temprano así que toma la calle del fondo a la izquierda y comienza a caminar.

Monte Caprino. No es su primera vez ahí pero tampoco ha ido tantas. Recién esta conociendo a los que van por lo que se acerca lento a saludarnos y se queda quieto y en silencio en un círculo. Mientras, todos los otros hablan sin parar de la oficina, de las ventas, de los hijos y algunos hasta osan nombrar a sus mujeres. Para él esto aún no es común, aún siente culpa cada vez que va. Y en eso, absorto en sus pensamientos, lo empieza a mirar un viejo canoso con lentes gruesos. Se acerca a hablarle, le sonríe, lo invita a darse una vuelta y él tratando de secar sus manos lo sigue.

Cerro Santa Lucía. Él llega saludando a todos. Ya sabe el lugar, la hora y los días. Casi siempre los mismos salvo una que otra cara nueva. Casi todos están dispersos, las luz es tenue y le cuesta ver pero lo encuentra, es carne fresca. Se acerca con el pecho inflado y le ofrece un cigarro. Ambos comienza a conversar amenamente hasta que, pausadamente, se alejan del poco resto.

Se limpia la boca y se chupa los labios. Se esta agachando pero en un momento la imagen de su niñas se cruza por su cabeza y se espanta. Le hacen cariño en el pelo, le toman la cabeza suave y se la comienza a inclinar.

Él lo mira de una forma intrigante, desata su cinturón, con una mano desabrocha el botón de su jeans a la vez que con la otra baja su cierre y hace parecer como si la más fina gravedad hiciera caer todo. Se dan unos besos apasionados y luego... él se muerde el labio y cierra y abre los ojos de tanto en vez. Hoy hay luna esta llena.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Donde Rómulo y Remo

Algunas cosas útiles de saber...

Gelato

  • Giolitti: Esta heladería es lo más típico que puede haber, quien tenga una guía turística o algo sin duda la encontrara. Queda cerca de la Via del Corso. O sea, si uno esta en la Piazza Venezzia mira hacia la calle que esta al frente y camina por ella. Como a la altura de la tienda Zara si uno mira a la derecha empiezan la indicaciones a la heladería. Prepárense, siempre esta llena y hay que mover uno que otro codo entre la gente para poder ver los distintos sabores. Los helados son bastantes ricos la verdad pero el barquillo normal no me mata.
  • Il gelato di San Crispino: Estos helados son otro nivel!! Bastante más caro que los anteriores pero es una heladería estilo "El Emporio de la Rosa". La producción se ve completamente artesanal y los sabores varían desde jengibre con canela hasta manzana o pera, pero con real sabor a fruta! Son una delicia y tienes una que otra sucursal muy bien ubicada.


Pizza

  • Il Baffetto: Las pizzas son completamente increíbles! Eso sí, el lugar puede llegar a tener uno que otro pero: generalmente como es tan famoso hay que hacer fila -pero sinceramente, no es nada terrible de esperar-. Después, cuando por fin ha llegado el turno, a uno lo acomodan en una mesa con todo el resto de personas que puedan caber en ella. Personas solas, con pareja, extranjeras, italianas. Da lo mismo quién sea y cómo este, si hay un espacio en la mesa sin lugar a dudas será ocupado. Y finalmente, los garzones no son un amor de persona pero a mi me parecer igual es entendible. Primero que todo, para mi gusto los italianos tan amorosos no son -sin ofender- y segundo, si yo tuviera que correr llevando pizzas de un lado para el otro todo el día, mientras miro a la entrada y veo una fila inmensa pronosticando que el ritmo no bajara, probablemente estaría igual de estresada que ellos. Pero... las pizzas son una maravila!!!!
  • Il Ristorante Pizzeria Pomodorino: En este las pizzas también son bastante, bastante buena aunque no tan buena como las otras. Por lo cual, presentaré sus plus: los garzones atienden de maravilla, el restaurant esta al lado de la Villa Borghese así que uno, antes o después, puede disfrutar de un paseo por su especia de "bosque". También la Via Venetto queda a muy pocos minutos de ahí -la parada de bus es Veneto (Sardegna)- y caminar por ella es todo un placer.


Locomoción

Si uno se encuentra en la zona del centro histórico todo, absolutamente todo es caminable. Uno se podra demorar más, cansar un poco más, pero la ciudad se aprecia de una forma completamente distinta. Uno tiene tiempo. Tiempo de detenerse y observar, de mirar una calle por más rato, de entrar a un lugar a otro. Caminar es lo que da más libertad cuando uno quiere conocer una ciudad y lo común que todo el mundo quiere ver de Roma esta todo en el mismo sitio.


Pero si aún así alguien no desea caminar la locomoción es más económica que en muchos otros lugares, sólo cuesta un euro. Para tomar el metro -que es no es muy útil a mi parecer- es necesario pagar pero para tomar el bus confian en la sociedad. Uno tiene que ir a un kiosko, comprar un ticket y al subir marcarlo o... no marcarlo y atenerse a lo que pueda pasar.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Free tours

Hace meses que deje a medias esta entrada y hoy por fin me he dignado a terminarla...


Una de las formas más gratas, cómodas, útiles y económicas para conocer una ciudad es sin duda a través de los Free Tour de la empresa Sandeman's. Las guías son todos los días -así llueva, truene o relampaguee- y las ciudades se conocen a pie. El tour dura aproximadamente tres horas y uno puede optar por el hablado en español!!!!!!


Cuando uno anda solo o acompañado, con mucha plata o poca, esta es la opción. Como en el grupo todos hablan castellano uno siempre conocerá gente con la cual pueda comunicarse y la propina -que es con lo que ganan su sueldo las personas que hacen el tour-, yo generalmente si no andaba en la pobreza máxima dejaba cinco euros.


Las ciudades en las cuales, hasta ahora, yo he realizado los tours son: Amsterdam, Londres, Praga y Paris. También hay en Madrid, Bruselas -aún no pero dicen que sí-, Berlín, Münich, Hamburgo, Edimburgo, Tel Aviv, Jerusalén y Dublín.


Y hay algo curioso, no sé por qué pero casi siempre los que realizan los tours o están en Erasmus o hicieron uno y decidieron quedarse.


martes, 9 de noviembre de 2010

Truenos y Relámpagos

Hace unos días no sabía si esa vez me quería ir o no. No sabía si prefería la libertad de mi mochila o la celda de la cama. Menos sabía si preferiría noches en trenes sin saber muy bien a dónde iba o si elegía la seguridad de los sueños con imágenes que bailaban en las murallas.


Hace unos días me invadía la nostalgia por ya no tener un lado especifico en la cama, por sentirla a ratos tan gigante y fría. Me cuestionaba, a la vez, el qué tan buena seré sola y pensaba que la gente lo decía porque nunca me había visto lo linda que soy cuando estoy acompañada.


Hoy en Roma llueve como si fuera el fin del mundo y yo sólo observo, sintiendo que todo lo de hace algunos días se disuelve con el agua y yo me quedo en la nada. Estoy sentada en la silla, mirando por la ventana y pienso que me gustaría estar afuera, quisiera estar corriendo, saltando sobre pozas, empapándome de esa agua. Me gustaría perderme con alguien entre calles, reirnos en las esquinas de ellas, jugar a las escondidas en lugares desconocidos.


Quiero que la lluvia limpie y haga escurrir todo lo que se tiene que ir. Quiero sentir la ropa mojada, pegada contra el cuerpo, el agua chorreando por mi cara, cayendo gotas por mi pelo mientras las saboreo como siempre.


La lluvia es igual en todos lados. Estar bajo de ella es como estar en el mar, no importa dónde sea me siento en casa.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

La Xampanyeria

Las palabras se escaparon de mi. No sé por qué ni en qué momento pero pareciera que corrieron despavoridas de mi cabeza, las ahuyente. Quizás volaron en el humo del último barco, quizás al ser de acuarelas escurrieron con la primera lluvia, quizás y quizás.

Ni por más motos, calles, vientos, las encuentro. Ni por más lugares con licores burbujeantes, ni por ojos que se cruzan una y otra vez con los míos hasta que miro hacia arriba y me pierdo. Ni por más todo y nada las encuentro.

Pero qué bah, no? Si no se encuentran se inventan, se mezclan y algo no tan malo tendrá que salir. Pero no, no puedo. Ni por más La La Champañería, ni por más que se conozca por Can Paixano, ni porque sea casi igual que El Rápido en Santiago y este llena siempre de gente –sobre todo de turistas rubios-, con el suelo tapizado en servilletas, con piernas de jamón colgando por el techo, con las copas por todos lados, con el sonido a fritanga de lejos y mi brazo que escurre licor. No me sale...

Por más que leo sobre ella, por más que estuve ahí dos veces tomando, comiendo, mirando, es como si tuviera un tapón en mi cerebro. Nada más sale de ahí sólo lo básico gracias a google:


Can Paixano (La Xampanyeria)

Carrer de la Reina Cristina, 7

08003 Barcelona