jueves, 25 de noviembre de 2010

Cucina

Lentamente todo se va sintiendo abrigado. El vapor empaña los vidrios, los olores son únicos y a la vez se confunden, danzan sobre mi cabeza, se impregnan en mi delantal. Las esencias, las texturas, la harina que sacudo de mis manos y la gota que saco de mi frente con el trozo de polera que reposa en mi hombro. Corro a cerrar la puerta antes de invadir toda la casa.

La masa se pega, se rompe, se vuelve a pegar. El uslero la deja muy delgada, luego muy gruesa, hasta que todo comienza a calzar. El horno esta en su punto, meto y saco bandejas, lavo y seco mis manos mientras el azúcar moreno hace gorgoritos sobre lo negro. La servilleta se vuelve café, la mantequilla se derrite y no hay sonrisa que no se pueda robar.

Café abajo, dorado arriba, todo blando adentro.

No soy muy buena para asumir las cosas que hago bien, siempre se me hace más fácil ver todo lo que me falta, pero puta que cocino bien y que feliz me hace.

No hay comentarios:

Publicar un comentario