martes, 28 de septiembre de 2010

Totem Wines

No hay como trabajar con la uva. Estar al aire libre, buscar una sombra para comer, sentir el roció frío por las mañanas. No hay como ir bajando al campo y ver una nube blanca posada sobre las parras, mientras a cada paso el olor a tierra húmeda invade y satura la nariz. No hay como trabajar en una vendimia, pero de seguro debe haber otra empresa mil veces mejor que esta.

Totem Wines. Nunca vi nada peor.


Lo tránsfugo parte arriba

Quien creó la empresa, Laurent Frésard, sigue dando vueltas por las bodegas. Es quien grita en el campo, quien patea a los perros, quien tira baguettes a la cara de la gente, quien nos insultaba y se comportaba como todo un capataz del siglo XVIII. Él es la persona que junto a un amigo creo la viña que Patrice Jean-François Pierrot, ex inversor y nuevo dueño, junto a su fiel colaboradora Paola Fleitas, lograron quitarle hace un tiempo atrás. Cómo: los rumores dicen que filtraron una hoja entre los papeles que él tenía que firmar, la cual expresaba el libre traspaso de una cantidad de por ciento de sus acciones. Resultado: el documento firmado convirtió a Patrice en la cabeza del chancho.


Empleador v/s Empleados

La primera vez que vi al inversor dueño no dueño fue casi al inicio de la vendimia, llevo los contratos a un campo para que los firmáramos. La segunda vez lo vi en un estacionamiento de San Rafael –parece que están acostumbrados a hacer casi todo fuera de la bodega. En estos días han entregado los papeles de bar en bar-. Estaba sin polera, con su jeep blanco y esperando a que yo volviera a firmar un papel completamente distinto, era mi carta de despido ordenada por Paola Fleitas y reconfirmada por él. Ya veo porque eres complicada, me dijo luego de que le respondí que no iba a firmar ningún papel de recibo de dinero hasta que no lo viera frente a mis ojos.


La policía buena

Ella hizo bien la tarea: se más buena que el malo para que crean que tu eres mejor. Apoya a los insultados, dale tu consejo a lo humillados, diles que tú vas a solucionar las cosas. Diles que lo vas a hacer mientras en el fondo eres igual que los otros. Mientras mientes, niegas y te preocupas de no dejar de ser la mano derecha de uno que algún día prescindirá de ti. Todo por el vil dinero, todo porque te quieres comprar un mini el próximo mes, todo porque nunca en tu vida habrías llegado al lugar donde estas. Pero sabes “guapi”, siendo una mierda serpentosa se puede llegar lejos, muy lejos. Tu lo sabes mejor que nadie, no?


Anomalías

Nunca me hicieron firmar mis horas diarias trabajadas, nunca mientras estuve trabajando tuve mi alta al día –salud en España, similar a Fonasa en Chile-. El día que me despidieron me pagaron menos y si no firmaba el papel del recibo del dinero, aceptando las horas que ahí me mostraban, no me daban ni un peso de lo trabajado.

Hoy, a ocho días de haberme despedido, aún no me quieren hacer entrega de mis papeles. Me deben mi certificado de empresa, la copia de mi hoja de despido. Me deben mi baja, me deben la cara.



Si ha alguien, alguna vez, lo quieren contratar en esta empresa o conoce a otra persona que esta interesada en hacer lo que sea en ella o con ella, díganle que no.


lunes, 27 de septiembre de 2010

Moscas en el campo

Lo siguen. A él, a sus botas, a sus gritos. Lo siguen cuando patea perros, cuando se jotea a la primera que le mueve el culo, cuando le tira un baguette a un compañero en la cara porque tenía hambre y se hizo un pan que él considero un exceso. Lo siguen como la abeja a la miel, sin permitirle ni siquiera un suspiro. La verdad es que lo siguen como las moscas siguen a la mierda, porque mucho más que mierda él nunca podrá ser.

A ti también te buscan pero les cuesta encontrarte. Tu mierda aparece lentamente, ya llevas años de práctica escondiéndola atrás de esa cara blanca y cuerpo pequeño, tienes experiencia. Pero aún así las moscas te siguen. Cuando mientes, cuando manipulas, cuando grabas conversaciones con tu celular, cuando dejas a personas hablando solas, cuando dices que si quisieras podrías despedir a todos porque nadie te sirve, cuando prometes que nos has dado el alta y cada uno de nosotros sabemos que eso no es verdad. Se huele a lo lejos.

El día que me despidieron estaba lleno de moscas que revoloteaban tu cabeza. Tu no las veía pero yo sí. Las vi cuando mentiste diciendo que me ibas a dar un adelante, cuando engañaste pagándome menos horas y diciendo que había una que no había cumplido por no llegar -vivías conmigo, lo recuerdas? tu me dijiste que no asistiera a trabajar a las diez de la noche porque tu jefe se había equivocado en la temperatura de las uvas y yo, con otros, ya habíamos ido en la mañana para volver-. Se te salía la mierda por los poros cuando decías que mi despido era porque tenía mala relación con mis compañeros, que era problemática y que ellos habían alegado de mi. Entonces, te digo a ti ahora, por qué no me echaste mucho antes y no un día antes de terminar?

Las moscas ahora se mueven por la isla a tu acecho. Veo su estela cuando voy a Seguridad Social, cuando reclamo por la copia de mi hoja de despido firmado con un NO CONFORME que te hizo hervir la sangre, cuando me niegas mi certificado de empresa. Las veo cuando vas al bar donde mis compañeros y yo nos juntamos a pasarle a todos los papeles menos a Tao y a mí, te escuchan cuando dices que te estoy acosando por estar ahí, que me vas a denunciar.

Pero sabes qué, me das pena. Tu debes haber nacido y te debes haber criado con las moscas, en una casa llena de mierda. Mierda con la que intentarás seguir manchando a todos a tu paso. Pero conmigo no chicoca, conmigo no.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Salir corriendo

La locura fea me esta espantando. Las cosas que no me hubieran gustado ver me han ido repeliendo poco a poco. Sólo en películas existía gente tan mala, sólo a través de libros yo podía tratar de imaginar esos personajes. Ingenua. Tenía que llegar acá para ver y mirar que son más reales de lo que yo creía.


Quiero salir corriendo pero no de la isla, sino de esos locos perdidos. Felices pero perdidos, perdidos y no felices. Con vidas como carruseles y con ánimos de montaña rusa. Todo un parque de diversiones no tan entretenido la verdad. Me he dado cuenta que más común y corriente yo no podría ser.


Pero esos locos igual son lindos. Quiero correr de los locos feos que olvidaron el sentido. Esos que quieren parecer cuerdos y que te atrapan como sanguijuelas hasta que chupan toda tu sangre. A esos no los quiero ver más, a ella no me la quiero volver a topar.


La droga enloqueció a algunos. Los otros simplemente imagino que nacieron así. Cambiaron sus ojos, con un poco de algo se transforman y pueden divariar en las locuras más absurdas como: pasarse un rojo, ser parado por la policía y debatir que sus leyes no son las suyas, que su Dios es otro Dios, que por eso no tiene su licencia de conducir ni el seguro del auto –a todo esto, el semáforo se lo paso porque él estaba seguro que lo seguía una ambulancia y un auto de policía, pero no-. O también, pueden planear estrategias de raptos para escapar con la hija de uno con su nueva “otra”. Se planea mientras tiran escondidos en una muralla del ayuntamiento y la niña llora un poco más allá en su coche. Locura.


Mi locura es otra. Hasta, nunca me había sentido tan cuerda y bien encaminada en un lugar. Por lo mismo, ha llegado la hora de irse para después volver.

domingo, 19 de septiembre de 2010

La isla

Veo montañas y mar, tengo campo y playas. La arena es roja y no. Mi mano choca contra el viento por la ventana mientras una fiesta de rayos baila al frente, es como una película. Mi vida acá a veces se vuelve eso: todos caminan más lento, yo floto por el asfalto y nada es tan real.

Deje de viajar sola un rato... deje de viajar. Un mes y una semana, tres casas, un trabajo, un despido. Pero sigo teniendo miedo, sigo buscando un lugar que me oculte un rato de todo, de mí. Lo busco incesantemente, de vez en cuando lo encuentro pero pasado los días deja de cumplir su función.

Acá puedo escapar. Acá puedo ser libre dejando que la arena se cuele por mis pies, jugando con mis dedos a la luz del sol. Oliendo a humedad antes de la lluvia, oliendo a hierba después de ella. Hundiéndome en el agua turquesa, flotando en ella como si hubiera muerto en el mar, limpiando mis ojos con sal que no sale de ellos. Acá puedo dejar de existir, ocultarme en una cueva, ser yo y el mar en una noche, mojarme sin importar, sin importarme.

Aún así la pena se interpone y me nubla. Pierdo la belleza, dejo de ver los colores de la tarde, de sentir los olores a sal. Dejo todo y no se si quiero estar o no estar.

Hoy no me puedo la Isla.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Seis meses

Ya ha pasado medio año y yo sigo acá. Dando vueltas, dejando de darlas. Haciendo de todo menos lo que tenía pensado hacer.

Un año en Berlín, me decía. Aprenderás alemán, buscarás un trabajo y seguirás esa vida planeada que tanto te gustaba. Pero no.

Recuerdo que la primera vez que vine a Europa tenía catorce años. Viajamos mi tía, mi primo y yo. Fuimos de un país en otro tomando trenes sin parar y yo me divertía, de vez en cuando, mirando a toda esa patota esparcida por los vagones. Hacían ruido en los pasillos, se paseaban de un lado a otro. Eran de todos partes. Los miraba y para mi era una realidad completamente ajena, por mi cabeza no pasaba ni la mínima opción de algún día hacer lo mismo.

Hoy, de una forma u otra, esa es mi realidad.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Temporera de uva


El día comienza antes del día y, a veces, la luna ilumina el camino. Veo el amanecer salir por las montañas mientras tomo la tijera, las cajas y camino por el campo a mi fila. El mate ya fue, el cigarro se hizo ceniza y las parras nos esperan.

Siempre el mismo compañero, siempre el mismo sol. Casi nunca el mismo lugar ni los mismos colores.

Pasas no pasas, tijera o mano, corte. La sangre chorrea y tiñe más que las uvas. Continua... Caja vacía, caja llena, grito por otra. Entre medio hablamos, reímos, escuchamos música, aguantamos los gritos del capataz franchute -no po
r mucho más- y nos contamos las vidas de principio a fin.

Las mañanas son cortas hasta después del descanso. El pan pesa en el estomago, el calor lentamente se va volviendo insoportable y ya no podemos escapar de él bajo una sombra tomando agua. Ya nos advirtieron -una vez más- que los treinta minutos ya se han acabado.

El sol va poniendo color canela mi piel. Las tijeras me han cortado dos dedos y algo más. Tengo moretones en mis brazos, rasguños en mi pies y piernas. Mis cutículas están rotas y mis uñas permanentemente negras. Mi ropa se ve polvorienta con un toque de violeta. Trabajo más de lo que duermo pero vale la pena, pues comparto con el mejor grupo que puede haber.