lunes, 22 de noviembre de 2010

La carrera

Los ponía a todos en una fila, uno al lado del otro. Sólo los separaba un pequeño espacio entre cada uno pero ahí estaban, todos frente a mi, en mi cabeza. Los miraba, pensaba un rato y luego corría hacia uno de ellos. Generalmente siempre me dirigía al mismo, pero en algún momento cambio. Hoy fue distinto. Los puse casi como siempre, en esquinas cercanas a las cuales pudiera correr. Los vi, pensé un rato y luego me di vuelta y empecé a correr yo, sin parar, sin detenerme, lo más rápido que pude.

Ya no tengo olores en mi nariz ni en mis recuerdos, no sé por qué. Ya no veo manos grandes, gruesas y ásperas acariciándome la cara mientras trato de hacer la meditación de yoga. Ya no sueño con una cara que recuerde, ya no despierto con momentos que añoro o que deseo que sean realidad, ya no me desespero cuando por la mañana se difumina todo. No se difumina nada.

Hoy, pareciera ser, que sólo soy yo y mis circunstancias -como decía José Ortega y Gasset-. Aunque aún no tengo muy claro cuántas y cuáles son estas últimas.

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