martes, 30 de noviembre de 2010

Barcelona

Estaba inerte en su asiento, no se movía nada más que para acomodar su postura en ese pequeño espacio. No sé cómo podía dormir tanto, pero ahí estaba ella. Subía y bajaba gente y no se enteraba de nada. De nada hasta que su murmullo se hizo incesante en su oreja. Para mi sorpresa levanto la cabeza, comenzó a mirar en búsqueda de su presa y lo vio a él, con lentes de sol en un espacio cerrado y con un celular en su oreja que ya debía estar caliente. Lo miro con su peor cara pero él ni se percato. Cómo alguien podía hablar tanto! Ella ya no podría descansar mucho más.

Francia y Aduana, lo mismo de siempre. Que te bajes, que subas, que vengas. Que estos papeles no son, que tu no puedes estar acá, que anda por tus maletas. Que subió una familia, todos los puestos comenzaron a rotar mientras alguien iba a buscar al menos uno, Omar. Terminamos casi puros hispanohablantes sentados atrás. Bajábamos juntos en las paradas, conversábamos de un sillón a otro y ella lo volvía a mirar, pero ya no con la misma cara de antes.

Miraba sus ojos ya sin lentes, trataba de descifrar las palabras que no entendía, mientras indagaba el qué de él le parecía interesante. "Hacen una buena pareja”, le escuche decir al chico rumano. Ella bajo sus ojos como si no hubiera escuchado, como si no le importara lo que en verdad acababa de oír, pero yo no estoy tan segura. Sé que se quedo pensando en eso hasta que su cabeza cayó sobre el hombro de su vecino y comenzó a soñar.

A la mañana siguiente lo miraba sin mirarlo, buscaba sus ojos para luego dejarlos, para simplemente saber si él la miraba también a ella o no. En la estación se quedaron los dos. Él espero a que vinieran por ella.

Se conocieron en un bus.

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