martes, 14 de diciembre de 2010

Huellas

Soy como un alma en pena en los trenes, nadie viaja conmigo. Nadie termina mis recorridos, nadie va subiendo en la estaciones, sólo hay campo en el camino. Campo, nieve y uno que otro caballo con pinta de burro. Por lo pasillos sólo somos un inspector y yo.

Pese a todo sigo amando viajar, subir en un lado y bajar en otro, mirar por la ventana y nunca ver lo mismo. Pero mis pasos se están devolviendo sobre mis pisadas. Los mismos lugares, las mismas personas, nuevos y viejos recuerdos, todo va hacía atrás. Aunque me mueva siento que ya nada es para avanzar, la única tarea es ir cercándome camino hasta que me deje en sólo lugar. Aunque quiera verlos, siento que ese día será como si me cortaran las alas que no sabía que tenía hasta que llegue acá.

Las despedidas se han trasformado en algo tan habitual que ya las tengo controladas. O sea, unas más que otras. Lloro menos, respiro más y trago más fuerte. O, simplemente, de vez en cuando se me salen de control. Se nublan mis ojos y mi mano se vuelve un abanico desesperado mientras sólo quiero que eso pase pronto. Mientras me gustaría no tener que despedirme.

Los últimos trenes, el último barco. Ahora a confinarse por todo lo que queda en Italia. Ese es el precio por disfrutar con la familia, por tener una Navidad con todos, por mostrarles los lugares donde estuve, por contarles tantas cosas, por volver a verlos después de tanto tiempo. El precio es parar.

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