martes, 29 de junio de 2010

El último trayecto a un bus

Era inevitable. Para mi hay ciertas cosas que, lamentablemente, se han vuelto pan de cada día. Se han convertido en mi Fantansilandia privado que más que euforia me provocan la sensación como cuando uno baja la montaña rusa, ese vació en el estomago como si uno estuviera en abstinencia de su mejor droga.

Tosi sin parar toda la noche, con esa tos característica mía que parecía que en cualquier momento escupiré mi estomago por la boca. A la mañana siguiente el despertador no sonó y como yo sufro de falta de tolerancia al fracaso por las mañanas, me largue a llorar mientras trataba de correr por la pieza tomando mis pilchas tiradas por todos lados.

El tren estaba que salía desde el aeropuerto: Schiphol – Central Station – Bilderdijkstraat – Amstel Station. Fuiste a comprar los pasajes mientras salía lo más abominable de mi ser, eso que ya no recordaba que vivía dentro de mi. Estaba enojada, enojada contigo por no avisar que el celular a veces no funcionaba, por haber peleado toda la noche. Estaba enojada por las palabras, las lágrimas, las idas y venidas, lo que lamentablemente se sigue repitiendo.

Me puse a llorar apoyada en un pilar por todo, por todo lo que ya había sido esto. Porque estaba cansada, porque no quería seguir corriendo siempre, al filo del tiempo, al filo de todo. Lloré y volví a mi etapa de niña donde no quería que nadie se acercara, que nadie me tocara. Quería llorar la pena mía ahí, escondida, sin que el resto me viera con los ojos hinchados y con manchas rojas por todos lados.

Pese a haber sido una perra en todo mi actuar me acompañaste. Llegamos a Central y yo ya caía en lo más profundo de la desesperación, el Tram pasaba en muchos minutos más. Un taxi me dijiste, vamos. Pero corre te dije yo, de la peor forma que encontré, voy a perder el bus.

Mis maletas estaban esperándome en la berma listas para correr al maletero y apenas se acomodaron en él, el taxi voló por calles vacías regaladas por un domingo soleado.

Llegamos, llegamos justo. Y aunque me dijeron que estaba atrasada, que para la otra perdía el ticket, esta vez el bus estaba ahí, como si hubiera sabido que yo iba a llegar –pesé a que en todo momento lo dude-.

Mientras arreglaba mis maletas y las subía fuiste a comprarme un desayuno: queque, jugo de frambuesa y agua para el viaje, para aliviar mi tos y luego, nos despedimos una vez más como todas las anteriores, como si esta vez en verdad no nos volviéramos a ver más. Pero sabes, tengo que confesarte que aún no he cambiado nada, nada de nada. Y mi viaje, aún no cambia tampoco.

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