domingo, 6 de junio de 2010

Costiera Amalfitana


La chica coreana que conocí en el hostal de Viena me dijo que fuera, que lo anotara en mi libreta y que cuando estuviera en Italia no dudara de pasar por allá.

Cuando llegue acá mi idea era viajar dentro de Italia: Venecia, Florencia, Nápoles, Milán... y claramente, le conté a mi tía de mis intenciones pero luego de revisar webs de trenes y buses, me di cuenta que era un sueño un poquito imposible y extremadamente caro. Hasta que... la Sol me dijo que nos íbamos el fin de semana de paseo y que por qué no ir al lugar que yo le habían dicho y que tanto me habían recomendado.

Con una sonrisa gigante en mi cara tomamos la libretita verde de Michelin y comenzamos a explorar. Mientras, internet nos proporcionaba todo lo que un papel ni una guía ya no pueden hacer: se reservo el hotel-hostal, se revisaron los horarios de los trenes y se iniciaron toda clase de preparativos.

El taxi llego tempranísimo, salimos rumbo a la estación y se compraron los tickets del tren que iba a salir en un rato más. El viaje duró en total como seis o siete horas. Hicimos dos cambios en el camino: del tren a como un metro y de ahí tomamos un bus y bordeamos toda la costa de cerros, de aguas turquesas, de casas en las faldas, de viñas en terrazas, de sol y verde.

Pese a que iba completamente mareada en el bus dadas las mil y una vueltas que este daba, el camino era increíble, tal cual había dicho ella. todo era como salido de una película, me sentía en una de esas revistas que rara vez llegan a Chile, me sentía en las islas griegas sin aún ni siquiera conocerlas.

Esa noche nos quedamos en Praiano. Almorzamos en la tarde en un restaurant y luego, ya más cerca de la noche fuimos a caminar por las calles de Positano. El aire olía a humedad, a protector solas, a mar. La gente tenía la piel canela, vestidos cortos, toallas bajo el brazo. Las calles, para llegar a la playa, iban en descenso y las adornaban miles de tiendas, todas distintas, todas especiales. Había ropa, cerámica, comida. Cuadros, antigüedades, farmacias.

Al otro día finalmente llegamos ahí: Sorrento. De ese lugar del cual tanto hablo mi roommate coreana y tenía razón, era increíblemente bello. Era mucho más ciudad que los otros pueblos. Algunas de sus calles estaban atestadas de personas y callejones laberínticos lo dirigían a uno a la playa. A ratos se parecía mucho a Toledo en España.

Nuestra estadía ahí no fue muy larga. Caminamos un poco, almorzamos comida típica italiana acompañadas por una argentina en la mesa de al lado y luego, como mi tía se sentía pésimo por un resfriado que la había atacado sin previo aviso, decidimos comenzar la retirada de vuelta a Roma.

Volvimos a la estación, deshaciendo todo el camino hecho, y tomamos un metro repleto de graffitis con dirección a Nápoles. Luego ahí hicimos combinación con el tren y esta vez era el línea roja, o sea, en vez de demorarnos como cuatros horas de vuelta a Roma, sólo fue una.




...Algún día volveré a Positano, a Sorrento. Me bañare en sus aguas y caminaré más por sus calles. Esos pueblos se quedaron debiéndome algo.



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