viernes, 4 de junio de 2010

Vaticano

Me desperté a las seis y tanto de la mañana, desayune y tome mis cosas para dirigirme caminando rápidamente al Vaticano: dadas las circunstancias tenía que hacer la fila como cualquier otro mortal pues mi tía se había olvidado de pedir el permiso diplomático.

Al llegar las personas aún no se alejaban mucho de la entrada formando la hilera, pero de a poco todo se empezó a llenar y como existe gente tan descarada, sobre todo los italianos, mucho de esos que iban apareciendo tarde se empezaron a colar. Al final todo se convertía en una lucha por mantener el puesto y en una espera eterna para que abrieran las puertas.

Cuando el reloj marcaba las nueve el acceso se hizo posible y una avalancha de gente comenzó a empujarse levemente para poder pasar. Pero después adentro, pese a las multitudes, todo fue algo más fácil. Yo pase a la fila de estudiantes, pagué mi entrada y me dirigí rumbo a las escaleras mecánicas me llevarían al museo. Primera parada: Capilla Sixtina.

Me adentre en un laberinto de pasillos, en un sin fin de nombres y pinturas, en unos eternos Palacios Pontifícios: Galería de tapices y mapas, corredor; Estancias de San Rafael, frescos por todas las murallas; Capillas varias, callejón; seudo arte histórico y moderno, incluyendo un Dalí; paso, escalera, mapa; y ahí, finalmente se encontraba ella, la inmaculada Capilla Sixtina. Entre y estaba completamente atestada. Gente por todos lados, guardias gritando que silencio, que no se podían sacar fotos y ahí me quede yo, mirando hacía arriba con la boca abierta.

Pacientemente espere a que alguna de las personas que estaban sentadas a mi lado se parara y me dispuse a ocupar su puesto. Comencé a observar los frescos desde un lado, luego desde el otro hasta que sentí un vacío inmenso y ya nada era tan sublime. Que triste es ver algo así y no tener con quién compartirlo.

En mi locura momentánea seguí a un tour con su respectivo guía, entre por un pasillo, baje escaleras, salí a un patio hasta que finalmente me vi de frente y dentro de la cripta de los Papas que han habido. Camine sin entender mucho y un poco más allá, donde vi gente en cuclillas rezando, me detuve: era el Papa Juan Pablo II. Anonadada por la imagen no fui capaz de moverme hasta que uno de los de seguridad me hizo avanzar.

Seguí por especies de callejones oscuros hasta que subí unas escaleras y vi la luz, estaba en la Iglesia de San Pedro. Claramente yo no entendía nada y comencé a peregrinar en busca de algún encargado que hablará inglés y me pudiera ayudar. Cuando por fin encontré a uno me explico que tenía que caminar un kilómetro de vuelta a la entrada de los museos y ver ahí si podía pasar.

En el camino mi desdicha era máxima, miraba una y otra vez mi entrada donde salía claramente que era válida sólo para un ingreso... y qué hago ahora, me pregunté.

Llegue de vuelta a la entrada, pasando por una fila inmensamente larga con muchas más personas que cuando yo estaba. Le pregunte a un señor, luego a otro, luego a otro y paso a paso iba entrando nuevamente por las puertas. Una vez más ponía mi mochila en un escáner y pasaba bajo rayitos para la exploración. Una vez más me apuraba como si esta fuera una posta y a mi me tocara llevar el bastón a la meta.

Cuando me vi de frente con el señor que me había vendido la entrada unos cuantos minutos antes le explique la situación pero claramente no me entendió nada. Busco a otro de sus compañeros que hablará inglés y yo volví a repetir, una vez más, mi torpe historia. Tiene que ir a ver allá señorita si la dejan entrar, me dijo mientras yo ponía una cara de sufrimiento y le decía que qué sería de mí si me decían que no. Luego de verme se apiado de mi, fue conmigo al lugar mientras yo le repetía una y otra vez que en verdad no entendía cómo había llegado allá. Hablo con los guardias y todos comenzaron a reír mientras yo pasaba triunfante en busca de las escaleras mecánicas para volver al inicio.

Nuevamente sin saber cómo, llegue a la Capilla Sixtina, me senté y la observe un rato y luego trate de escapar de ella. Esta de más decir que casi me vuelvo a perder y que tuve que parar al más estilo “compré huevo a la otra esquina” frente a cada guardia que había para que me explicara cómo llegar a las otras alas del Museo sin salirme de éste y que creen, lo logré.

Fui al Museo Egipcio, al Gregoriano, al Histórico Vaticano. Me pasee con toda la lentitud del mundo por la Pinacoteca, por la sección de Tapices, mirando por las ventanas el patio, el verde, la luz. Hasta, me revisé todas las estampillas y las monedas que existieron en los tiempos de los Papas, todas eran distintas dependiendo que Papa “reinaba”. Y cuando ya me sentí satisfecha de mi incursión, baje por unas bellas escaleras de caracoles y me dirigí a la salida para volver a casa.

Misión cumplida.



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