martes, 15 de junio de 2010

Iglesias

Desde que perdí el Tram número doce hace mucho, tuve tomar un taxi hasta la estación de Eurolines y luego me robaron en el bus camino a Viena, voy a cada Iglesia que veo en el camino. Y no es porque me haya vuelta religiosa de un día para otro o crea fervientemente en las Igelsias, sino porque mi consciencia me lo dijo. No, en verdad no, mi consciencia no hablo conmigo, simplemente recordé a mi abuela haciendome la señal de la cruz en la frente (acto que siempre me ha cargado) y diciendome: yo rezaré por usted, Dios la ayudará. Y confieso, nuevamente, yo no creo en las Iglesias, pero sí creo en ella. Sólo el hecho de creer en ella me hace pensar que cada agua bendita que hunto como mantequilla en mi cabezame va a ayudar, pero no por la bendición, no por el lugar, sino porque ella
cree y yo creo en ella.

Este hecho de buscar agua bendita por todas las ciudades habidas y por haber a producido que yo termine conociendo casi todas las Iglesias de aquellos lugares. Siempre que me pierdo y veo una, da lo mismo cuan lejos este yo voy hacía ella. Entro, unto mi mano en ese charcho que a veces me parece baboso y pegote y pienso en ella.

Pero aún así y pese a mi seudo momentánea fe, me niego rotundamente a pagar por ver una Iglesia... es como mucho, no?

No hay comentarios:

Publicar un comentario