miércoles, 5 de mayo de 2010

Historia de Migrante

Catalán, veinte y tantos años, cuatro meses en Amsterdam.

Eduardo llego a vivir acá como muchos otros, le arrendó una pieza-ático a una señora por 150 euros y ésta, a su vez, le ofreció un trabajo: tu me ayudas a buscar muebles en las calles -la gente acá bota de todo y lo peor es que en buenas condiciones- y yo te pago por eso 10 euros la hora. Negocio redondo, pensó. En estos momentos no tengo plata, no sé el idioma y esta es mi oportunidad.

Acarreo muebles por calles y calles, trabajo horas y horas, hasta que finalmente un día decidió que no lo quería hacer más, qué tenía la ´pasta` necesaria y que ya estaba bien. La señora, atacada con la noticia de que ya no tendría a su hispano trabajador para ella , comenzó a cambiar lentamente.

El chico se había encontrado una bolsa de marihuana botada en la calle, la cual llevo a su casa y la dejo para consumo personal. Y aunque fumaba, pero no tanto, la mercancía se empezó a evaporar rápidamente. Esto no era posible, algo más pasaba aquí.

El hecho que le siguió a esta extraña situación fue que un día desapareció su pasaporte. Por más que busco por todos lados de la pieza y en sus pertenencias, no hubo forma de que lo encontrara.

La cosa se puso más terrible cuando un día llego a su pieza-ático y ya no tenía manilla para abrirla, la dueña la había sacado. Compró un herramienta para manipular la cerradura y estuvo durmiendo casi que escondido por tres días en el lugar por el cual había pagado.

Al tercer día vió entrar a la señora en la mañana. Ella husmeo un poco las cosas en la pieza y luego se fue. De la que me he librado, pensó. Pero de la nada, volvió a entrar y le azoto con un fierro en la espalda. Él se incorporo rápidamente en la cama y con una cuerda que había cerca le ato las matos y luego la sujeto al barrote de la cabecera de la cama.

Bajo corriendo al espacio donde vivía la señora y empezó a revisar todo en busca de su pasaporte. Nada hasta que... sirenas. La policía había llegado y él ahora, en su precario inglés, tendría que explicar qué había pasado ahí.

Sin saber casi nada del idioma lo único que hacía era mostrar su espalda, morada he hinchada, mientras les trataba de decir que la señora le había pegado, que él simplemente se estaba defendiendo, que no tenía pasaporte porque ella se lo había robado. En definitiva, ambos se fueron presos.

Él pregunto por sus llamada legal e hizo uso de esta. Sólo recordaba un número: no contesto. Luego se metió las manos a los bolsillos y encontró ahí un papel, era de Casa Migrante. Llamo y explico lo que había pasado, dijo que no entendía nada y que estaba preso, que por favor le tradujeran. Los policías hablaron con los encargados de allá y luego éstos le dijeron que estaba ahí porque no sabían quién era, porque no tenía ningún tipo de identificación.

En un momento Eduardo recordó: pero ustedes tienen una copia de mi pasaporte allá! Y después de mandar un fax con la copia él fue dejado en libertad. Les dijo a los policías que había pagado adelantado por tres meses de arriendo –mentira blanca- y estos le pasaron las llaves del departamento para que pudiera vivir ahí por tres semanas. La señora ya no estaba.

Después del tiempo acordado ellos volvieron a pedirle las llaves y él, pensando en que hacia lo mejor, les paso las de la señora y se quedo con las suyas. Pero groso error, había una llave que él no tenía y ya no pudo volver a entrar.

Al otro día un conocido le dijo que se tomaran la casa, que se podía hacer, que fueran juntos y él, ingenuamente, acepto. Rompieron la puerta y se asentaron ahí. Fueron pasando los días y por más veces que Eduardo le preguntaba al otro que cuándo iban a legalizar la okupa, éste siempre le decía que al otro día, un otro día que nunca llego y al cual se le adelanto la policía. Cuando llegaron el chico catalán ya sabía que el otro le había mentido y que era imposible okupar esa casa por medios legales pues no cumplía con los requisitos básicos para esto. Así que una vez más, les explico nuevamente a los mismos carabineros lo que había pasado y estos, le permitieron quedarse solamente a él.

Los días siguieron su curso y en uno de ellos se encontró con este conocido otra vez ¿Sigues viviendo donde mismo? Le preguntó. El silencio de Eduardo otorgo algo que no debía haber sido y una tarde, cuando volvió a casa, sintió ruidos en el interior y al entrar se dio cuenta que el conocido estaba con otra persona metidos ahí adentro.

Luego de discutir y echarlos pensó que esto era lo último, que ya nada más podía pasar, pero sucedió. Uno que otro día volvió a pasar y una noche, al regresar a casa, habían cambiado la cerradura de la puerta de abajo. Rompió la puerta una vez, pusieron otra, la rompió otra vez, pusieron otra, hasta que un día la rompió por última vez. La nueva cerradura que habían puesto era imposible de destruir.

En definitiva, fueron dos meses duros. Lo tenían de trabajador y luego lo golpeaban; estaba preso y luego libre; okupaba la casa y luego se la okupaban a él, rompía una puerta y luego rompía la otra.


Hoy el Edu vive en la casa okupa de un amigo y la señora, esta internada en un psiquiátrico.

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