viernes, 7 de mayo de 2010

Forasteras

Salí a las 23:15 de un lado estando segura de que sabía como llegar al otro y sí, efectivamente me sabía el camino pero de día, de noche todo fue muy distinto.

Hacía un frío terrible cuando baje. Le saqué la cadena y el seguro a la bicicleta y me subí arriba de ella sabiendo que el trayecto no duraría más de quince minutos. Pero lentamente el tiempo fue pasando y yo nunca llegaba.

Al final estuve más de dos horas perdida por las calles de esta ciudad. Iba y venía todo el rato, me repetía calles, locales, esquinas. Veía una y otra vez los mismos paraderos, los mismos templos, los mismos bares. Sabía que era por ahí pero ya no tenía idea dónde y con el pasar del rato, mi angustia fue aumentando y menos podía recordar. Me sentía completamente sola mientras daba una vuelta más a los pedales soñando que así, en ese instante, volvería a mi país.

Por más que en un momento trate de seguir a un tram, que sabía que pasaba cerca de lugar a donde iba, me pase. Comencé a ir a las cabinas telefónicas pero con todas pasaba “algo”: no me contestaban el teléfono, me dirigía al buzón de voz y me tragaba la moneda, simplemente me tragaba la moneda, sólo aceptaba llamar con tarjeta.

Cuando ya no sabía muy bien qué hacer y mis lágrimas a lo María Magdalena me habían hinchado los ojos, apareció lo mejor de la noche. Escuche una voz... luego la volví a oír y me di cuenta que se dirigía a mi. Era una chica igual o más pérdida que yo que interrumpió mi llanto para preguntarme dónde estábamos y si le podía ayudar.

Pare mi bici, ella la suya y le dije que era probable que yo estuviera mucho más perdida. Ambas comenzamos a reír, a ver los nombres de las calles, a buscar en el mapa dónde cresta estaban parados nuestros pies. Pero por más que tratábamos no encontrábamos la respuesta.

La invite a que me acompañara a hacer el último intento, a llamar una vez más... y me dio la suerte. Me contestaron y luego de tratar de explicarme cómo llegar y yo no entender nada, ocupe la última moneda para volver a llamar y me dijeron que iban por mi.

Nos quedamos conversando. Hablando en inglés, en castellano, en todo lo habido y por haber. Ella era de Rumania, llevaba un año en Amsterdam estudiando y recuerdo que me dijo que vivía cerca de Sarfati Park.

Sin conocerme me acompaño y espero conmigo. Primero que todo me ofreció irme a dormir a su casa con ella, luego me invito un cigarro, nos hicimos reír. Dijo que entendía mis lágrimas, que esta ciudad era muy “lonely” para ella también y que sabía qué era sentirse así.

Me empezó a contar que se había perdido porque había salido a tomarse unas copas con un holandés y que ahora estaba muy curada. Me confeso también que ella no quería volver a Rumania y que no sabía muy bien qué iba a hacer de su vida. Me sentía como con una amiga: de lados tan distintos, con cosas tan iguales.

Finalmente llegaron a rescatarnos. A ella le explicaron como llegar a su casa y yo por fin logré llegar a donde iba.

Hoy no recuerdo ni tu nombre, pero si no fuera por ti no sé qué habría hecho anoche. Muchas gracias.

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