domingo, 1 de agosto de 2010

Nápoles

La entrada a la ciudad se parece a cuando uno va por Recoleta a la altura de El Salto en Santiago. La congestión parece siempre de hora pick y la forma en la cual manejan los italianos no ayuda en nada, es más, entorpece todo.

El puerto a mano izquierda me recuerda a mi amado Valpo. Tiene barcos llenos de containers
de colores sobrios y se ven cruceros a lo lejos.

Nápoles se ve sucio, lleno de basura esparcida por todos lados. Es como si uno pudiera oler la mafia que la inunda en cada lugar, en cada local, en cada fachada de casa descascarada. Los vertederos estan atochados, personas insisten en limpiar los vidrios de los autos a cada rojo -como en Chile- y allá, a lo lejos, están edificios más grandes que he visto en toda Italia

Pero fuera de lo no tan lindo, tiene mar. Azul, extenso y casi sin oleaje. Corre la brisa por la costanera y el viento envuelve los castillos que hay en sus orillas. Eso sí, acá no hay olor a mar. Aún no encuentro ese aroma que tanto extraño, ese que se inmiscuía cada vez que salía de casa por mi nariz, cada vez que abría una ventana para sentirlo.

Si uno se pierde por sus calles, a ratos es como trasladarse a El Rabal en Barcelona. Las calles son estrechas, la ropa cuelga de los balcones y las personas se gritan de ventana a ventana para conversar. Abajo, hay un grupo de señores jugando cartas, otros los miran y el resto, pasa observando sin querer parar.

Nápoles no es lo más lindo de Italia, pero sin duda hay que venir. Además, tiene un plus: en sólo una hora en barco uno puede cruzar a la isla de Capri, la que hasta ahora no tiene comparación.

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