domingo, 8 de agosto de 2010

Istanbul

Antes de que empiecen es como si el ruido se absorbiera por un hoyo negro y sólo quedara el silencio por las calles. No suenan los autos, no hay bocinas, no escucho gritos ni voces y la verdad es que no sé si esto en la práctica sucede o yo, finalmente, me lo imagino y lo vuelvo una realidad en mi pequeña cabeza.


De un momento a otro ahí están, siempre a la misma hora, todos y cada uno de los días. Las plegarias se desplazan como hojas con el viento en otoño, envuelven, hacer alucinar. Vienen de un lado, después del otro y me preguntó si el mundo en ese momento sólo para mí, me cuestiono el cómo todos pueden seguir funcionando, caminando, comiendo, comprando, haciendo parecer que ni siquiera escuchan, como si no existiera.


Las voces hacen que mi tórax vibre. A veces, hasta me paran los pelos de los brazos y quedo anonadada escuchando como si esto fuera lo más hipnotizante que he visto y he oído en mi vida. No sé si me dan ganas de reír o llorar, no sé si quiero salir corriendo con esas voces en mis oídos o quedarme ahí como un espectro que ni siquiera es capaz de moverse.


¿Cómo sería si entendiera? ¿Qué es lo que dicen? Aunque sean alabanzas a mi me suenan a lamentos, sin querer ofender.


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