miércoles, 11 de agosto de 2010

Sofía

Muchas veces depende con quiénes uno este el cómo serán los lugares. Las personas pueden modificarlo todo: hacer que un día de sol radiante sea una completa lata o que un día de lluvia y correr sea un júbilo máximo.

La primera vez que vine a Sofía fue hace unos días y recorrí la ciudad con el mismo grupo con el que me fui a Koprivshitsa. Fuimos de un lado a otro siempre dependiendo de que quería el otro y quién hacía escuchar su voz más fuerte para indicar la siguiente parada. Que tengo hambre, que vayamos allá, que quedemonos acá, que ya estuvimos mucho rato... por mí, habría pasado horas con mis pies en el agua en esa fuente que encontramos cerca del edificio de la Cultura. Por mí, me habría tirado al pasto y habría mirado el cielo mientras buscaba la diferencia de esas nubes con otras. Por mi, habría andado sola por la verdad me he vuelto un poco antisocial y tozuda al viajar, me gusta hacer mis cosas y cuando quiero. Yo no molesto a nadie y espero que nadie me moleste a mi.

Esta vez fue distinto... la verdad es que mi intención no era volver a pasar por esta ciudad, había escuchado muchos comentarios que tan linda no era y después de la primera visita no quería más guerra. Pero uno propone, otro dispone y el tren que era desde Estamul a Belgrado llego tan tarde a hacer la combinación que por la mañana lo único que escuchamos era que teníamos que abandonar los vagones durante el día, volver a la estación a eso de las ocho de la noche y si queríamos, podíamos dejar nuestros bolsos en las cabinas. ¡Otra vez Sofía no! Pensé.

Pero como la gente cambio el lugar también lo hizo y sin hacer nada más que sentarnos en un restaurant, comer y tomar cerveza fue un día redondo. Eramos cuatro nuevamente pero el grupo era completamente otra cosa: Laurent -inglesa- , Fernando -brasileño, Ademir -brasileño- y yo.

Las calles se plagaron de un inglés mucho más ameno para mi, las risas y los chistes brotaban como el sudor por los poros y el tiempo se corría más veloz que nosotros. Horas se hicieron minutos, avenidas se transformaron en pequeños pasajes y las cartas se volvieron la mejor compañía. Cuánto me he arrepentido todo este tiempo por no haberme comprado un maso de ellas antes de empezar a viajar.

El asfalto gris de los andenes nos cobijo hasta que partimos impregnados a olor a cebada, con melodías de risas en el entorno y con la lección de que Sofía en verdad puede llegar a ser un muy grato lugar.

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