lunes, 9 de agosto de 2010

Şile y su mar negro

El Mar Negro es la mezcla perfecta de la calidez del Mediterráneo y la fuerza del Pacífico. El agua chocaba, reventaba contra mí y decidí empezar a usar las técnicas milenarias aprendidas en las playas chilensis: capear olas. Piquero por abajo, recibirla de lado, recibirla del otro. Allá no se podía nadar -por lo menos yo no- pero como me divierte estar horas pensando el plan perfecto para que lo que se me viene de frente no me bote. Por suerte, acá la batidora no sucedió y me evite terminar con arena hasta en el calzón.

Estar en el mar es lo mejor que puede haber. Da lo mismo dónde sea, siempre se siente como estar en casa. Aunque llueva, aunque mire a los lados y casi todas las mujeres estén tapadas menos yo. Algunas llevan un traje que pareciera termino, otras esperan vestidas de negro en la arena mientras el calor quema y a ratos la lluvia las moja.

Lo único malo a mis ojos es que las playas están impresionantemente sucias! Hay choclos ya comidos flotando en el agua, plásticos, papeles, envoltorios de golosinas. La arena también deja mucho que desear, es como llegar a un lugar donde todo el suelo fue invadido por bolsas de basura, es como si un camión recolector hubiera pasado por ahí con la puerta abierta. Hay que ir casi hasta el final de la playa para encontrar un lugar un poco más acorde. Y con esto no quiero decir que en Chile la gente sea lo más limpia y cuidadosa que hay ni que nuestras playas estén intactas, pero esto es un extremo.

Pero pese a todo vale la pena ir. Es tan simple como tomar un barco que cruza al lado oriental -donde se paga con las mismas fichas de colores que uno usa para el metro- y desde allí tomar un bus común y corriente que se demora alrededor de una hora y media en llegar a la playa. Los horarios están establecidos y más o menos se cumplen, así que conviene revisarlos antes de salir y comprar el ticket de vuelta apenas se llegue allá.

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