martes, 3 de agosto de 2010

En tránsito

En Italia pareciera ser que todo es mixto. En un lado del cielo se ven nubes de invierno que avisan tempestad y en el otro, la blancura del verano. El campo y sus pastos tienen casi la misma cantidad de zonas secas como verdes, aunque estas últimas siguen primando. Y los trenes, pueden estar llenos de polvo y mal olor o parecer exclusivos asientos de avión.

Llovía en la ventana del frente y en la mía reinaba la calma. Contradicción que quizás se me ha pegado un poco, porque al tomar el tren me invadía la misma cuota de felicidad que de angustia con su correspondiente ansiedad. Y a esta última nada la calmo... falta de cigarros.

Al bajarme del tren la humedad fue como una cachetada. Se podía sentir, oler, hasta saborear. Y pese a que me dijeron que mejor me quedara en la estación en las dos horas de tránsito, mis ganas por conocer la ciudad soñada fueron más grandes.

Pero apenas puse un pie afuera la decepción comenzo a ser latente. Los autos se veían por doquier -siendo que no hace mucho había escuchado que acá casi no existían-, los edificios eran grandes, unos modernos al lado de unos antiguos. Las tiendas y restaurantes turcos y orientales eran plagas en las calles. ¿Dónde quedo la Plaza San Marco, las Gondolas y sus canales?

Tendré que volver a Venecia para averiguarlo.

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