miércoles, 18 de agosto de 2010

München

La vez pasada que estuve acá tomaba sangría y los cigarros rodaban por mi mano. Hoy, espero sentada a que el reloj avance y mi tren aparezca en el horizonte. Hoy no soy fugitiva, puedo esperar.

La vez pasada reíamos por las calles buscando un local. Comprábamos hamburguesas, papas fritas. Yo paraba cada quince minutos para ir al baño y todo era una joda. Hoy hace frío. La gente no sonríe, menos yo. Si por lo menos un poco de sol iluminara estas calles.

Esa vez no sólo el frío abrigaba en un abrazo sino todo a su alrededor. Cofradías inesperadas, adoquines del Ayuntamiento pegados como hielo a mi espalda. Menos soledad. Esa vez me despedí para horas después volver a saludar. Hoy, me despedí hasta quién sabe cuándo pues en un par de semanas no habrá tren que me lleve hasta allá. Hoy prometieron seguirme hasta el fin del mundo y esa vez lo hice yo. Cambie los planes y seguí a nueve.
Hoy Münich es asombrosamente distinto.

Aún me sorprende el cómo momentos pueden hacer variar tanto a un mismo lugar.

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